
LEE EL PRIMER CAPÍTULO
PRÓLOGO
LUCAS, 10 AÑOS
Acabábamos de llegar del colegio. Nos habían mandado subir y ponernos el pijama. Teníamos que bajar a la sala cuando acabásemos de vestirnos, porque querían hablar con nosotros. No me sonaba nada bien. Me puse el pijama a toda velocidad y entré corriendo en la habitación de Daniela.
—¿Hemos hecho algo en los últimos días por lo que tengan que castigarnos? —pregunté mientras entraba a su habitación y me colocaba una de las zapatillas de casa.
Cerré la puerta sin hacer ruido. No teníamos mucho tiempo antes de que nos gritasen para que bajásemos. Dani me miró con acusación. Cuando se puso las manos en las caderas, supe lo que me iba a decir.
—Vale, de acuerdo, sé que hicimos mal ayer esperando a que nuestros padres se acostasen para bajar a ver una película, pero no puedes negar que fue divertido.
—Lo fue —contestó, sonriendo—, pero ahora nos van a matar. Odio fregar platos.
—Pero ¿qué dices? Tú no los friegas, siempre acabo yo haciendo todo el trabajo —la acusé.
—Yo no tengo la culpa de que te ponga nervioso que me haga daño.
La puerta de la habitación de Dani se abrió. Giramos la cabeza para ver quién había entrado. Era mi hermana Judith. Nos miró a ambos como si fuéramos una molestia, como hacía siempre. No le gustaba mucho estar con nosotros; con nadie, en realidad. Pero, aun así, yo la quería mucho.
—Me han mandado a buscaros —dijo y se quedó esperando en la puerta con los brazos cruzados.
No iba a irse hasta que no bajásemos con ella. Suspiré y miré a Dani con cara de disculpa. Si acabábamos castigados, iba a matarme. La noche anterior casi había tenido que arrastrarla para que se atreviera a ver la película conmigo. Salimos de la habitación y bajamos las escaleras en silencio.
Cuando entramos en la sala, los padres de Dani y los míos estaban sentados en el sofá esperándonos. Estaban serios. Tragué saliva antes de sentarme en el sofá que había enfrente de ellos. Pasaron unos segundos en los que nadie dijo nada. Podía ver por el rabillo del ojo como Dani se removía inquieta a mi lado. Sabía que estaba a segundos de explotar y confesar lo que habíamos hecho la noche anterior. No podía permitirlo; tenía que hacerlo primero. Defenderla. Tenía que decir que había sido yo solo el que había visto la película. Cuando estaba a punto de abrir la boca, mi padre habló.
—Sabemos que sois muy jóvenes, pero no podemos esperar más tiempo para explicaros lo que somos.
De nuevo, se hizo el silencio. Fruncí el ceño y lo miré, sorprendido. De todas las cosas que había podido esperar que dijera, esa no era una de ellas. ¿Qué quería decir?
—No te entiendo, papá.
—¿No habéis notado que somos diferentes al resto de personas?
La verdad es que sí lo había notado. Pero pensaba que era porque yo era raro. No que todos lo fuésemos. Siempre me había sentido diferente a los demás. Como si no encajase. Como si no nos interesasen las mismas cosas. Sobre todo, me había sentido así antes de que naciese Dani. Una vez que ella llegó, fue como si hubiera encontrado mi lugar en el mundo.
—¿De verdad somos diferentes? Pensaba que solo era raro.
—No eres raro, cariño. Somos muy diferentes al resto.
—¿Por qué?
—Tú, por ejemplo, eres diferente porque eres un protector —explicó la madre de Dani.
¿Protector? Repetí la palabra intentando familiarizarme con ella. No tenía ni idea de lo que quería decir.
—Ser un protector significa que has nacido para cuidar de los prodigios. Que tienes el instinto dentro de ti. Eres más fuerte y más rápido que el resto de las personas normales —dijo mi padre.
—¿Qué es un prodigio? —pregunté, impaciente.
Entendía lo que quería decir, pero necesitaba que me confirmasen lo que ya sabía dentro de mí.
—Un prodigio es una persona muy especial. Una persona que ha nacido con una habilidad casi mágica que lo hace diferente al resto. Con un don. Por ejemplo, hay algunos que son capaces de mover objetos con la mente, otros son capaces de conseguir que todo el mundo haga lo que ellos quieran. Hay tantos dones como prodigios. Ninguno es igual que otro. Sus poderes pueden parecerse, pero la manera en que los usan y desarrollan son diferentes.
—Dani es un prodigio, ¿verdad? —pregunté, emocionado, aunque sabía lo que me iban a contestar.
—Lo es.
Sonreí y miré a Dani. Estaba encantado de que fuera un prodigio. Estaba más encantado todavía de ser un protector. Ella también sonreía. Mi hermana estaba con los brazos cruzados y tenía cara de enfadada. No parecía nada a gusto.
—¿Y Judith qué es? —pregunté a mi padre.
Quizá si fuera un prodigio o una protectora estaría más feliz.
—Yo no soy nada. Solo quiero que me dejéis en paz.
Se levantó del sofá muy molesta y se fue de la sala. Mi madre la siguió. Nos quedamos en silencio unos segundos. Mi hermana nunca parecía estar muy feliz con nada. Como no podía hacer nada para que estuviera mejor y tenía millones de preguntas, volví a hablar.
—¿Por eso vivimos todos juntos, aunque no seamos familia? ¿Porque somos especiales? —pregunté.
—Sí, cariño. Cuando dejamos de ser protectores, vinimos a vivir a esta ciudad, juntos, nosotros y los padres de Dani. Era la mejor manera de estar a salvo. Somos una gran familia.
Me daba igual el motivo. Me encantaba vivir con Dani. No quería ser igual que el resto de mis compañeros normales. Era feliz. Solo quería saber una cosa más.
—¿Qué tengo que hacer para ser el protector de Dani?
DANI, 6 AÑOS
—Cuéntamelo otra vez —le pedí a Lucas mientras me bajaba de su regazo.
Me senté delante de él, sobre la alfombra del centro de la habitación. Habíamos estado leyendo un cuento. Bueno, Lucas lo había leído en voz alta. Yo todavía no sabía hacerlo. Aunque en el colegio nos habían empezado a enseñar, todavía no había aprendido. Como Lucas era supermayor, sabía leer desde hacía mil años.
—Cuando naciste estaba muy molesto por que llegase otro bebé —explicó mientras me lanzaba una mirada como de rencor—. Mi hermana había nacido unos meses antes y mis padres habían dejado de ser divertidos. Siempre estaban cansados. No me hacían caso. Luego me enteré de que iba a llegar otro bebé a casa. Que tu madre estaba embarazada —explicó Lucas.
»Cuando te trajeron del hospital, estaba muy enfadado. No quise ni mirarte. Estaba seguro de que, por tu culpa, tus padres tampoco iban a jugar conmigo. Nadie iba a hacerme caso. Estaría solo y aburrido. A la mañana siguiente de que llegases, me desperté porque tu madre te estaba cantando. Me asomé a tu cuarto desde el balcón. Os estuve mirando un buen rato. Cuando vi que te dejaba en la cuna, sentí mucha curiosidad. Me acerqué en plan sigiloso para poder verte. Después de todo lo que me había quejado, no podía decirles que quería verte. —Sonrió como si estuviera viviéndolo en ese mismo momento.
Se quedó callado, mirándome. Lucas sabía que lo que venía a continuación era mi parte favorita. Quería que le suplicase para que siguiera contándomelo.
—Eres muy malo —lo acusé—. Cuéntamelo de una vez o lloraré.
Lucas odiaba que llorase.
—Está bien.
Me revolví contenta sobre la alfombra.
—Cuando me asomé a la cuna, me quedé alucinado. ¡Brillabas! También eras muy pequeña y mucho más maja que mi hermana. Cuando te toqué, no lloraste como siempre hacía ella. Y lo supe. Lo sentí.
—¿Cómo lo supiste? —pregunté, emocionada.
—Es como una sensación aquí —dijo mientras se señalaba el centro del cuerpo—. Es algo que sabes. Algo que es ineludible. Brillas para mí.
—¿Qué significa esa palabra tan rara? —lo interrumpí y estreché los ojos con curiosidad, porque nunca lo había oído decir eso antes.
—Es una palabra que dice mi padre —explicó mientras cerraba los ojos con fuerza, como si tuviera que concentrarse mucho para explicarme lo que significaba—. Lo dice cuando hay algo que no puedes evitar hacer.
Lo miré sorprendida. ¿Era una obligación para él ser mi amigo? A pesar de que llevaba toda la vida escuchando la historia, a pesar de que era mi historia favorita del mundo entero, acababa de convertirse en una historia mala. En la historia de cómo Lucas se daba cuenta de que estaba obligado a protegerme. ¿Por eso estaba siempre conmigo? ¿No le caía bien?
Lucas siempre me había hecho sentir como su tesoro más preciado. Pero yo quería que él estuviera conmigo por mí, no porque se sintiera obligado. Él lo era todo para mí. Era diversión, seguridad y calor. Sentí que me dolía el pecho. Como si me hubiera hecho un nudo. Nunca me había sentido así.
—¿Por eso estás conmigo? —susurré al borde de las lágrimas.
Lucas me miró, sorprendido. Se arrodilló delante de mí. Se había dado cuenta de lo que estaba pensando.
—Eh, pequeña, ven aquí —dijo mientras me levantaba de la alfombra y me sentaba de nuevo sobre sus piernas.
En vez de colocarme de espaldas a él, como cuando habíamos estado leyendo, me sentó de frente, para que pudiera mirarlo a la cara. Al segundo siguiente, sus brazos me estaban envolviendo, creando una cortina protectora a mi alrededor. Solo con eso, consiguió que todo volviera a estar bien en el mundo. Que todo volviera a su lugar.
—Estoy contigo porque te quiero. Eres lo más importante del mundo para mí. No es por ninguna obligación —aclaró.
Sonrió y supe que me iba a decir algo gracioso. Lucas era Lucas, al final de todo. Él era risas y diversión.
—Si fueses tan revoltosa como yo, no te querría tanto. La verdad es que creo que, si lo fueras, nuestros padres nos habrían regalado a uno de los dos —dijo mientras se rascaba la barbilla y fingía que lo estaba considerando—. Espero que, en ese caso, te hubieran regalado a ti y no a mí —bromeó y me guiñó un ojo—. Lo que te quiero decir es que lo eres todo para mí.
Giramos la cabeza cuando escuchamos una risa en la entrada de mi habitación. Mi padre estaba apoyado en el marco de la puerta con los brazos cruzados y ojos tiernos. Sonriendo.
—Así es como supimos que Lucas era un protector con el don de la visión y tú eras un prodigio. Os he escuchado hablar.
Nuestros padres nos habían explicado que Lucas podía saber con solo mirar a una persona si era un prodigio o no.
Mi padre entró en la habitación. Se agachó sobre la alfombra para estar a la misma altura que nosotros.
—¿Tú qué piensas, papá? ¿Lucas está conmigo porque me quiere o porque no puede evitarlo? —pregunté muy seria.
—No tengo ninguna duda de que es porque quiere. Todavía recuerdo el día que te vio por primera vez. Vino corriendo a nuestra habitación a decirnos que estabas brillando. «¡Brilla! ¡Brilla!», nos decía saltando. Luego me agarró de la mano y me arrastró hasta tu cuna. Desde ese momento, no se volvió a separar de ti.
—Una vez te tiró al suelo intentando sacarte de la cuna para poder jugar contigo —explicó Arturo, el padre de Lucas, que entraba en la habitación en ese momento.
Lucas se rio debajo de mí y lo miré fingiendo estar enfadada. En su cara tenía una sonrisa enorme y ni una pizca de arrepentimiento.
—¿Qué? —preguntó entre risas—. Era muy aburrido que estuvieras todo el día tumbada sin hacer nada.