1

TENÍA MÁS PELIGRO DE EMPEZAR A ASESINAR PERSONAS QUE DE ESTALLAR EN LÁGRIMAS

MACY

Estaba a punto de explotar.

Iba a gritar si una sola persona más volvía a decirme que sentía que Matt me hubiese abandonado. O no, mejor dicho, lo que iba a hacer era golpear a quien se atreviese a repetirlo.

Me había quedado con ganas de hacerlo con Stacy, mi supuesta amiga, que dejó de serlo en el momento en que no le parecí guay porque ya no salía con el capitán del equipo de hockey de la universidad.

Terrible.

Cuando sucedió, no me lo podía creer, pero ahora, viéndolo desde la distancia, me había hecho un favor dejando ver tan claramente que lo que le importaba eran mis contactos —que ya ves tú los contactos que tenía— y no yo. La única pena era que me había quedado con ganas de gritarle a la cara un par de cosas. Sabía que no me pegaba nada actuar de esa forma, pero eso no evitaba que lo hubiese deseado.

A veces, odiaba ser tan correcta. Pensé que era el momento de cambiar; si alguien tenía derecho a replantearse su vida y su manera de comportarse en algún momento, ese era después de una ruptura.

¿Quién sabía?

Igual ahora me volvía una salvaje y no me esforzaba tanto por controlar mis impulsos. Por empujarlos al fondo de mi cuerpo para que se ahogasen y, con suerte, no me impidiesen respirar. Quizás ahora no me preocuparía tanto por querer ser la chica perfecta con la vida perfecta que se olvidaba de lo más importante: vivir.

Aunque me estaba precipitando; de momento, tenía suficiente con sobrevivir a esa noche.

Me alejé de la pequeña fiesta en la playa a la que me habían arrastrado, pensando.

Como buena estudiante de Psicología, sabía que después de toda ruptura se pasaba por cinco fases: negación, ira, negociación, depresión y aceptación. Muy parecidas a las que pasabas cuando perdías a un ser querido, por lo que me sentía afortunada de no haber estado realmente enamorada de Matt y que solo lo hubiese estado del concepto que tenía del amor, de que nuestra relación fuese más una situación de costumbre que un sentimiento real. Si no hubiera sido así, después de tantos años, habría estado destrozada. Pero que yo supiera eso y lo tuviera claro no quería decir que el resto de las personas que estaban a nuestro alrededor también lo hiciesen. A lo largo de los meses me había empezado a hartar de las miradas de pena, como si fuera una chica abandonada sufriendo por su amado.

¿Cuándo había trasmitido eso? ¿Es que todo el mundo era idiota?

Aunque lo que más odiaba de la situación eran los comentarios que la gente hacía.

Me daban ganas de gritar muy alto para que todo el mundo se enterase de una vez de que nunca había estado enamorada de Matt y que la realidad era que nos había hecho un favor a los dos. Habíamos sido unos tontos que se habían impedido vivir el uno al otro.

Estaba cansada de que la gente me mirase como si fuese una carga peligrosa e inestable que al más mínimo movimiento iba a ponerse a llorar.

No era así, tenía más peligro de empezar a asesinar personas que de estallar en lágrimas.

Tenía que regresar al presente. A la fiesta a la que todavía no tenía muy claro cómo me habían convencido para asistir. Dan tenía mucha culpa de ello, sobre todo, porque había sido su «Pienso actuar de “paraidiotas” toda la noche para que nadie te moleste. Somos un equipo» lo que había terminado de convencerme.

Me había pasado gran parte del verano encerrada en casa, huyendo de los eventos sociales, y era muy consciente de que eso tampoco era sano. Pero ¿dónde estaba ahora el pequeño demonio? Se había ido a buscar un baño y estaba tardando en regresar más tiempo del que yo era capaz de soportar a cualquier persona últimamente.

Comencé a caminar en dirección a la orilla para separarme del gentío. Necesitaba un poco de espacio. Necesitaba desahogarme. No podía seguir así, con los sentimientos tan cerca de la superficie, siendo demasiado consciente de la gente a mi alrededor. De sus miradas.

Necesitaba alejarme.

Golpeé con fuerza la arena a cada paso y me acerqué a las rocas para tener más intimidad. Aunque estaba anocheciendo, todavía había suficiente luz como para que no resultase peligroso moverse por esa zona.

—AHHHHHHH —grité cuando llegué y me supe sola y lejos de la gente. Acompañé el despliegue con un salto furibundo que hizo que me quedase bastante a gusto, la verdad.

No había nada como dejar salir la mala leche para sentirse mejor. Solo si sacábamos lo que teníamos dentro podíamos volver a meter cosas nuevas. Eso era lo que nos tenían que enseñar en la carrera de Psicología y no un montón de datos innecesarios que no ayudaban a nadie.

Un movimiento a mi izquierda me alertó de que no estaba sola —que ya me podía haber dado cuenta antes de comportarme como una niña con una rabieta—, pero giré la cabeza hacia la figura enorme que estaba parada a unos metros de mí como una estatua y mirándome con los ojos muy abiertos, como si estuviese delante de un animal peligroso y no supiera muy bien cómo comportarse.

Andrew Wallace.

Quería morirme. No podía ser verdad que uno de los mejores amigos de Matt, uno de los más sexis, templados y seguros que tenía, me hubiese visto perder los nervios de esa manera. No él. No, no, no. Me negaba a aceptarlo. Aunque, por mucho que lo desease, pasados unos segundos comprendí que tenía que hacer algo. No había marcha atrás, el daño ya estaba hecho.

—Hola —saludé con una sonrisa de disculpa. Fue la única palabra que se me ocurrió para romper el hielo y sacar tiempo para que se me ocurriese una preciosa explicación sobre lo que acababa de presenciar.

El silencio se extendió entre nosotros mientras nos mirábamos. Él, como si estuviese tratando de descifrarme y no tuviese muy claro cómo dirigirse a mí, y yo le miraba como una persona a la que en ese momento le hubiese gustado que le tragase la tierra. Parecía mentira que nos conociésemos desde hacía un montón de años. Pero, claro, yo siempre había sido la novia de su amigo, no su amiga en realidad. No nos conocíamos a fondo. Solo unas pinceladas aquí y allá.

—¿Una tarde dura? —me preguntó con una mueca extraña en su imperturbable y hermoso rostro cuando el silencio empezaba a parecerme insoportable.

—Unos meses duros más bien —respondí riendo.

Tampoco era como si pudiese borrar lo alterada que estaba. Ya lo había visto, así que daba igual.

—¿Es por Matt? —se interesó con delicadeza mientras lanzaba una ojeada hacia el centro de la playa, donde nuestros amigos y conocidos se divertían.

Seguí la línea de su mirada y vi a la pareja. Matt y Sarah no estaban siendo pegajosos; nunca lo eran delante de mí. Les preocupaba ser molestos, pero no hacía falta que se estuviesen tocando para que cualquier persona que los observase se diese cuenta de lo mucho que se amaban ni de que estaban hechos el uno para el otro. No era eso lo que me molestaba. Me alegraba mucho por ellos, a pesar de que era lo bastante adulta para ser consciente de que el sentimiento que bullía en mi estómago y garganta cuando los miraba y ellos pensaban que no lo hacía era envidia.

—No —decidí confesar. Si el daño ya estaba hecho, bien podía desahogarme—. Estoy tan molesta porque estoy hasta las narices de que la gente me trate como si fuese una pobre chica a la que su novio le ha roto el corazón. —Podía notar que, a medida que hablaba, me iba calentando más y más—. No es eso para nada. Solo quiero que me dejen en paz y que dejen de actuar como si tuviese que estar destrozada. Me gustaría dejar de ser la comidilla de toda la universidad. Si todavía no ha empezado el curso siquiera. ¡¿Es que no tienen nada más interesante sobre lo que cotillear?! —exclamé, elevando los brazos hacia el cielo.

Andrew lanzó una pequeña carcajada que hizo que me olvidase de mi pequeño drama. Por supuesto que le había visto reírse antes, pero nunca por nada que yo hubiese dicho.

—Digamos que a la gente le gusta más estar pendiente de los problemas ajenos que de los suyos propios. Te sorprenderías de la vida tan sosa que tienen algunos de ellos —comentó como si me estuviese trasmitiendo información clasificada.

Fue mi ocasión para reír. No era la primera vez que hablaba con Andrew, pero sí era la primera en que estábamos los dos solos. Me gustó.

—¿Cómo haces tú para estar tan tranquilo? —le pregunté con mucha curiosidad. Que fuese tan paciente e imperturbable era algo que siempre me había sorprendido y que envidiaba en cierta manera. Sobre todo, en esos momentos.

—Suelo estar bastante a mi bola, la verdad —comentó, encogiéndose de hombros como si fuese algo fácil—, y, cuando siento ganas de matar a alguien, escucho música heavy muy alta, tanto que hace que no sea capaz de escuchar a mi mente por encima del ruido. Cuanto más tenso estoy, más bestia es la canción que escucho —comentó con una sonrisa de medio lado que estaba segura de que había enamorado a más personas de las que él era consciente y que hizo que mi estómago diese una pequeña pirueta.

Canalizaba sus sentimientos a través de la música. Interesante. Muy interesante.

—Dime una canción —le pedí, curiosa, acercándome a él. Quería probarlo cuando llegase a casa.

Le vi meter la mano en el bolsillo derecho de sus pantalones y sacar una caja de AirPods blanca. La levantó mostrándomela.

—¿Quieres que te ponga una? —preguntó, sorprendiéndome.

—Sí. —No hubo un segundo de duda en mi respuesta.

Me miró a los ojos durante un segundo con intensidad y se me encogió el estómago. Había mucha fuerza en su mirada. ¿Qué estaría pensando?

Me tendió el casco izquierdo y él se colocó el derecho. Luego sacó el teléfono y abrió la aplicación Spotify. Lo observé navegar entre sus listas de reproducción, sintiendo mucha curiosidad por ver lo que tenía allí. ¿Había algo más íntimo y personal que la música que uno escuchaba? Sin embargo, no me dio tiempo a procesar nada en concreto, solo pude ver algunas caratulas de aspecto oscuro. Unos segundos después, seleccionó una canción y me miró antes de darle al play.

—¿Estás segura? —preguntó con expresión preocupada.

—¿Tan mala es?

—No, no es mala para nada, aunque… Es bastante dura para los oídos si no estás acostumbrada a este tipo de música, pero creo que es perfecta para lo que tú quieres. Por lo menos, a mí me funciona —comentó, luciendo un poco alterado.

Me sorprendió verlo así.

—Dale —lo animé—. No me voy a asustar.

Lo observé darle al play y mirarme con expectación. Su forma de comportarse hizo que me volviese muy consciente de mi cuerpo. Me tensé para no delatar lo que me parecía en el caso de que no me gustase; no quería ofenderle después de que se hubiese ofrecido a ayudarme. Sin embargo, en el instante en que empezó la canción y unos acordes de guitarra estallaron en mi oído, perdí todo pensamiento. Andrew tenía razón: la canción era dura y apenas podía escuchar mi cabeza por encima del ruido ensordecedor de la melodía. Aunque todavía me faltaba algo para vivir la experiencia completa. Miré a Andrew y, sin pararme a pensar en lo que hacía, le pregunté:

—¿Me dejas el otro casco? —Sabía que estaba gritando, pero necesitaba hacerme entender por encima de la música.

—Sí, claro —respondió sin dudar. Se lo quitó y me lo tendió con una mezcla de emociones dibujadas en la cara que no supe identificar, pero que me parecieron contrapuestas.

En el momento en que tuve los dos auriculares puestos, tapando mi percepción del mundo, sentí alivio. Me pareció increíble. Solo estábamos la música y yo. La melodía atronadora me arrancó todo el lío de sentimientos que tenía dentro y los sacó a la superficie impulsados por los golpes de la música a través de los poros de mi cuerpo. Fue una experiencia increíble, muy parecida a ponerse a gritar con fuerza. Me sentía de tres metros de altura y muy poderosa. Tenía ganas de ponerme a saltar y a gritar como una loca. Lo único que me contuvo de hacerlo fue que Andrew estaba a mi lado y ya había cubierto mi cupo de vergüenza por un día.

Cuando la canción terminó, me quité los cascos alucinada y miré a Andrew; él me observaba con ansiedad y mucha curiosidad pintada en su cara.

—Ha sido increíble —comenté con los ojos como platos—. ¿Por qué no sabía yo que se podía hacer esto?

—¿Eso significa que te ha gustado?

—Mucho —respondí, emocionada.

—Eso es maravilloso —comentó, haciendo que la sonrisa que lucía de medio lado hasta ese momento se convirtiese en una sonrisa completa.

—¿Cómo se llama la canción? —pregunté; necesitaba volver a experimentar la sensación.

—Se llama Master of Puppets y es de Metallica. —Levantó el móvil para enseñarme la carátula.

Me asomé para verla y justo en ese momento hasta mis oídos llegó la voz de Dan:

—Estás aquí.

Levanté la cabeza del móvil y lo fulminé con la mirada por abandonarme.

—Estupendo —escuché decir a Andrew, pero estaba tan distraída taladrando la cabeza de Dan con los ojos que no tuve tiempo de analizar qué era lo que quería decir.

—¿Dónde te habías metido? —le pregunté, acusadora.

—Eso mismo estaba pensando yo —contestó en tono jocoso—. He vuelto del baño, que ya que lo preguntas estaba en la otra punta de la playa, y, cuando he vuelto, no había ni rastro de ti. Me he librado de Matt y Sarah por los pelos diciéndoles que me estabas esperando —comentó, fingiendo un escalofrío al casi ser atrapado por ellos.

La verdad era que podía entenderlo. Estaban siendo muy molestos tratando de forzar que nos enamorásemos. No había manera de convencerlos de que no pasaba nada porque ellos fueran felices juntos y nosotros fuésemos solteros. En fin, parecía que su sentimiento de culpabilidad era mucho más fuerte que su inteligencia. Era complicado mirarnos a Dan y a mí y no darse cuenta de que no teníamos ningún interés sexual el uno en el otro. Aunque no me podía quejar; durante el verano nos habíamos unido mucho y era un chico muy divertido. Se había convertido en un gran amigo. Como él siempre decía, estábamos en el mismo equipo.

—He tenido que largarme porque no aguantaba ni un segundo más entre la multitud sin mi «paraidiotas» —dije, parodiando sus palabras y haciéndolo reír.

—¿Vamos? —preguntó, haciendo un gesto con la cabeza hacia la playa.

—Sí, ahora voy —asentí. Y, antes de comenzar a andar, me giré a la izquierda hacia Andrew.

—Muchas gracias por la música —me despedí, esbozando una sonrisa.

—De nada.

Nos quedamos mirándonos en silencio y me di la vuelta para marcharme cuando noté que me estaba ruborizando. No quería quedar todavía más en ridículo.

2

LA PRIMERA VEZ QUE LA VI

ANDREW

Tenía claro que, si la noche anterior no había muerto de una combustión espontánea, nunca lo haría.

Joder.

Me había puesto de una mala leche increíble en la playa. Estaba viviendo un momento de ensueño con Macy que no pensaba que iba a vivir y, de repente, apareció Dan para joderlo todo.

Me puse furioso.

¿Cómo se habían vuelto tan amigos en unos pocos meses? ¿Cómo coño había pasado? Si hasta tenían su propio lenguaje inventado. Yo la conocía desde hacía años y apenas habíamos cruzado unas pocas palabras.

Había un nombre para lo que sentía y era uno muy feo: envidia.

Después de vivir en primera persona cómo su amistad se había creado en tan poco tiempo, era difícil no darse cuenta de que el problema de que nosotros no lo fuésemos era yo. Tenía que echarle huevos al asunto. Pero ¿cómo iba a lograrlo si cada vez que la tenía cerca me paralizaba y no me salían las palabras? Quizás no me merecía estar con alguien tan perfecto como ella. A fin de cuentas, ¿qué le iba a aportar?

Al escuchar cómo los cordones de las zapatillas de deporte que me estaba atando sonaban como si estuviesen a punto de romperse, me di cuenta de que tal vez lo estaba haciendo con demasiada fuerza. Ojalá hubiera sido la cabeza de Dan.

Cerré los ojos y traté de calmarme.

Necesitaba escuchar la voz sensata de mi interior que me gritaba que era yo el que tenía que hacer algo y dejar de culpar de una vez a personas externas. Tenía que lanzarme si lo que quería era tener la más mínima oportunidad de conquistar a Macy.

La sola idea de que eso pudiese suceder hacía que la cabeza me diese vueltas y una emoción nerviosa se acumulase en mi estómago.

Con decisión, alargué la mano y cogí el móvil de mi mesilla. Abrí la aplicación Instagram y entré por tercera vez esa mañana en el perfil de Macy. Había un aro morado y rojo alrededor de la foto que indicaba que había subido una nueva historia. Pulsé sobre el icono, deseoso de verla.

Cuando se abrió, ante mí apareció un vídeo de Macy de espaldas acariciando la crin de su caballo. La vi darse la vuelta y saludar a la cámara con una enorme sonrisa que hizo que en mi cara se dibujase otra en respuesta. Macy era capaz de iluminar todo mi mundo con un solo gesto.

Era, sin duda, la mujer más impresionante que había visto en la vida.

Cuando la historia saltó a la siguiente persona de la lista, salí de ellas y fui de nuevo a su perfil. Me metí directo en el botón de mandar mensajes porque, si me ponía a mirar las fotos, me quedaría allí atrapado toda la mañana. Era la página que más veía con diferencia, no me había perdido nunca una sola de sus publicaciones. El chat estaba vacío, jamás habíamos hablado, a pesar del millón de veces que había deseado contestar a una de sus historias.

El inicio del chat rezaba: «No os seguís mutuamente».

Ni ella me seguía a mí ni yo a ella. No por ganas, desde luego, sino, de nuevo, por mi falta de valor. ¿Y si la seguía y ella no lo hacía de vuelta? Yo tenía unas cuantas fotos jugando al hockey y con mis amigos en diferentes sitios, incluso en una de ellas salía Macy, pero desde luego no estaba ni la mitad de activo ni era la mitad de interesante que ella. No tenía ningún motivo para seguirme.

Cerré los ojos y respiré hondo antes de ponerme a escribir:

¡Hola, Macy! ¿Qué tal? Te paso el título de la canción de ayer para que puedas volver a escucharla si te apetece. Se llama «Master of Puppets», de Metallica.

Solté un gruñido y lo borré. Quedaba demasiado antinatural.

Volví a intentarlo:

¡Hola! La canción que escuchamos ayer se llama «Master of Puppets», de Metallica. Por si quieres volver a oírla.

Menuda mierda. Volví a borrar el mensaje y salí del chat. Lo mejor sería que no mandase nada. Estaba haciendo el idiota.

Me levanté enfadado de la cama y salí de mi habitación para correr un poco y así calmarme. Entré en la cocina para beber agua antes de marcharme y coger un par de barritas energéticas. Me encontré con un despliegue enorme de personas. Lo que venía a ser cuatro jugadores de hockey muy grandes y musculosos, Sarah, que era pequeña y bonita, y Dan, que no era gran cosa, aunque sí que era demasiado guapo para mi gusto. En resumen, había bastante gente en la casa. Por no hablar de que, si encima se concentraba toda en la cocina, apenas quedaba un centímetro para moverse.

Me acerqué al frigorífico pasando entre las conversaciones que estaban teniendo, pero sin prestar atención a ninguna de ellas.

—Buenos días, gigantón —me saludó Matt, dándome una palmada cariñosa en la espalda cuando pasé por su lado.

Al parecer, era demasiado pedir pasar inadvertido con semejante lío.

—Hola.

—¿Vas a salir a correr? —preguntó, acercando a Sarah contra su costado, y, acto seguido, le besó la sien.

Me miré la ropa que llevaba puesta y me pareció innecesario contestar, pero la gente tendía a preguntar cosas que, a mi parecer, eran obvias. Sabía que a Matt le encantaba hablar y hacer todas las situaciones distendidas. Su fuerza y amabilidad eran dignas de admiración. Tenía muchas más cualidades deseables de las que yo tendría nunca.

—Sí —respondí, forzando una sonrisa para no resultar arisco. Quería a Matt. Mucho. A pesar de que, cuando dejó a Macy, había sentido un cóctel de emociones contrapuestas hacia él.

Por un lado, lo odié porque pensaba que le había hecho daño; lo que al parecer no era cierto. Y, por el otro, le adoré porque eso significaba que la mujer de la que estaba enamorado ya no tenía novio y eso abría aunque fuera una ínfima posibilidad de que pudiera estar con ella. Cuando empezaron a salir, Macy pasó a estar únicamente en el plano de mis sueños.

—Estupendo, tío. Disfruta. —Se dio la vuelta para continuar con sus asuntos, pero, antes de hacerlo del todo, se giró de nuevo como si se lo hubiera pensado mejor—. Eh, Andrew. Que no se te olvide que mañana tenemos la barbacoa en casa de mis padres. Ya sabes, la fiesta que celebramos todos los años antes de que empiece el curso. Es tradición —añadió, dejando claro que no quería que me librase.

Nunca me habían gustado las aglomeraciones de gente y él lo sabía, pero en esta ocasión no tenía pensado perdérmela por nada del mundo, porque estaba seguro de que Macy asistiría igual que siempre.

—Iré.

—Perfecto, si no, tendré que buscarte —comentó, guiñándome un ojo—. Sé dónde vives.

—Deja en paz a Andrew —le reprendió Sarah con voz dulce.

—Oh, sí, claro, cariño. Estoy seguro de que estará exhausto de tanto hablar —dijo sin poder evitar que una carcajada se filtrase en sus últimas palabras.

Mi respuesta fue un gruñido. Matt no era ni la mitad de gracioso de lo que se creía.

Me alejé de ellos, dando por terminada la conversación. Bebí agua, cogí las barritas y salí corriendo de allí antes de que a ninguno se le ocurriese que le apetecía hablar conmigo.

Cuando puse un pie en el asfalto, mi mente se puso en piloto automático y mis pensamientos volaron muy alto. A un día que marcó un antes y un después en mi vida, hacía ya unos cuantos años. La primera vez que la vi.

Nunca iba a olvidar ese día.

Estábamos en el patio del colegio y Macy vino corriendo hasta donde nos encontrábamos. Cuando llego, se acercó a Matt y le sonrió antes de saludarle. Me pareció tan preciosa que tardé unos minutos en recuperar el habla. Para cuando lo hice, ya se había marchado y había dejado una marca en mí que no se borraría con nada. Descubrí que acababa de llegar al barrio y que era la vecina de Matt. Los dos se hicieron amigos, como no podía ser de otra manera. ¿Quién en su sano juicio no lo habría hecho teniendo la posibilidad? Matt era, sin duda, el mejor de todos nosotros. A medida que pasaban las semanas y la iba conociendo, descubrí que no solo era hermosa, sino que encima era alegre, fuerte y divertida. Con todo aquello me fue imposible no enamorarme locamente de ella. Sucedió poco a poco, de la forma más natural. Al igual que la manera en la que Matt y ella terminaron saliendo. Cuando recordaba esos momentos, me resultaba imposible no compararme con él. Siempre me había pasado. Matt era perfecto.

Que terminasen juntos era algo que tenía que ser. Eran el típico rey y reina del instituto. Dos personas demasiado perfectas que solo estaban a la altura el uno del otro y no al alcance de los simples mortales. Y estaba bien, de verdad, yo lo sabía, por eso ni siquiera intenté acercarme a ella. ¿Cómo iba a competir con un capitán de hockey, extrovertido, divertido a rabiar, guapo y pudiente? Yo, que tenía un carácter reservado y gruñón, amante de la fantasía épica y lleno de tatuajes. ¿Cómo iba a hacerlo cuando ella era divertida, un trozo de sol radiante, alegre y preciosa, la mujer más bonita que había visto en la vida?

Me hice a un lado porque era lo único que podía hacer.  

Era una pena que saberlo no evitase que me enamorase de ella. Me hubiera ahorrado años de sufrimiento.

Cuando regresé a casa, estaba de un humor funesto. Me sentía derrotado, pero continué con la rutina de después de una carrera. A veces, meterme de lleno en la monotonía y olvidarme de todo lo demás me ayudaba a seguir adelante.

Mi móvil sonó justo antes de que me metiese en la ducha. Miré el identificador de llamadas y, al ver que era mi madre, contesté:

—Mamá.

—Hola, cariño. ¿Qué tal estás?

—Bien.

—Estoy haciendo una tarta de zanahoria con tus hermanos y he pensado que deberías pasarte por casa para comer un trozo.

—Vale.

—Desde luego, hijo, da gusto hablar contigo.

—Ya lo sabes —le respondí riendo.

—¿Vienes esta noche?

—Claro.

Escuché a mi madre suspirar al otro lado de la línea.

—Hijo —pronunció a modo de advertencia, como si no supiera de sobra que me tenía que arrancar las palabras a la fuerza, pero no por eso la quería menos. Ella y mis hermanos eran lo más importante del mundo para mí.

—No me lo perdería por nada del mundo.

—Así me gusta —dijo, y pude notar la sonrisa en su voz—. Hasta la noche.

—Adiós.

Dejé el móvil sobre la mesilla y me metí en la ducha, con la cabeza dando vueltas sobre Macy. Quince minutos después, me tumbé en la cama a leer y la tarde anterior regresó a mi cabeza; sabía que lo haría durante mucho tiempo. Recordé nuestra conversación. Verla me había pillado por sorpresa. Estaba en las rocas buscando una forma de acercarme a ella y había aparecido de repente. Como caída del cielo. Había sido muy intenso tenerla tan cerca y hablar. Fue increíble ver sus hermosos ojos verdes sobre los míos, atentos a cada una de mis palabras. Ponerle una de mis canciones favoritas y enseñarle lo que hacía cuando estaba a punto de explotar se había sentido muy íntimo e intenso. Joder. Estaba aterrado. Había sido como desnudar mi puta alma frente a la mujer con la que llevaba un montón de años soñando. Ni en mis pensamientos más optimistas había imaginado un escenario así.

Y luego tuvo que venir Dan a romper la magia. «No me jodas». Es que era tan tonto e inútil que iba a perder de nuevo mi oportunidad. Con Matt me había apartado porque estaba claro que era mejor que yo en todos los aspectos de la vida, pero Dan tampoco era para tanto. Tenía que sacar el valor de algún lado. Luchar contra mi naturaleza cerrada si quería tener alguna oportunidad de acercarme a ella, de conocerla, de conquistarla. Desde luego, no iba a lograrlo si me quedaba como un pasmarote que no cruzaba con ella más que monosílabos.

Cogí el libro El camino de los reyes, de Brandon Sanderson, el cual había leído tres veces ya, y comencé a leer. A veces, estar en un mundo inventado era mucho más sencillo que estar en el tuyo propio.

Cuando llegó la hora de ir a cenar a casa de mi madre, me vestí y fui hacia allí. Pasé un buen rato con mi familia, pero eso no logró que me quitase a Macy de la cabeza.

3

LO HABÍA ANHELADO DURANTE TANTO TIEMPO

DAN

—Quita las manos de mi chica, Harrington —le escuché decir a Matt.

Sentí una sombra colocarse a mi lado, que luego alargó las manos y las colocó sobre la cintura de Sarah.

Puse los ojos en blanco, parecía que volvíamos a llamarnos por nuestro apellido.

Justo antes de que él llegase, había elevado a Sarah para que cogiese, de las ramas de uno de los árboles del ridículamente enorme jardín de los padres de Matt, el disco volador con el que estábamos jugando y que habíamos lanzado allí.

—Quítalas tú de mi mejor amiga.

—Oh, créeme que a ella le parece bien —dijo con una sonrisa divertida en su estúpidamente atractiva cara.

Sabía que estaba bromeando. Matt había aprendido a adorar mi presencia como mejor amigo de su novia, si es que esa es la mejor palabra para definir lo que Sarah y él eran. La verdad era que me parecía que el sustantivo tenía poca fuerza. También sabía que, al igual que yo, disfrutaba de nuestras peleas verbales. Sobre todo ahora que tenía tan claro que yo no estaba enamorado de Sarah.

—Permíteme discrepar. Creo que no es sincera por temor a dañar tu enorme y frágil ego —le dije, disfrutando de cada palabra que salía de mi boca. Me producía un gran placer molestar a Matt.

—Cuidado, Harrington, que al final te voy a acabar enseñando otra cosa que también tengo enorme —amenazó con una sonrisa de idiota.

Di un paso hacia él y él lo dio hacia mí, pero, antes de que pudiéramos llegar a encararnos, la figura de Sarah se interpuso entre nosotros.

—Chicos, os recuerdo que no os necesito a ninguno de los dos, que soy yo la que elijo estar con vosotros, así que sacad la cabeza de vuestro culo y empezad a comportaros como hombres modernos —dijo, colocando una mano sobre cada uno de nuestros pechos—. Parecéis dos niños.

—Perdona, cariño —se disculpó Matt, agarrándola de la cadera y acercándola a su cuerpo para abrazarla sonriente.

Los observé con cariño. Si no lo hubiera visto con mis propios ojos, me habría costado creer que dos personas estuvieran tan hechas la una para la otra. Tenía mucha suerte de que Sarah hubiese acabado con un hombre tan bueno. Por no decir la inmensa suerte que había tenido él con ella. Si uno de los dos era perfecto e increíble, esa era Sarah.

La verdad es que estaba agradecido por tener una distracción. Me había levantado muy nervioso ante la posibilidad de ver a Mike, y eso que todavía no tenía claro que fuese a aparecer, pero solo que la posibilidad existiera tenía a mi estómago como un hervidero de palomitas.

Necesitaba verlo.

Llevaba esperando volver a hacerlo desde que me había mudado y Sarah le había convencido para que me ofreciese trabajo. Bendita ella, que sin ser consciente me había dado una de las cosas que más deseaba en el mundo: un motivo por el que estar cerca de su tío.

La visita que le había hecho el año anterior a Sarah, cuando él ofreció su casa para que me quedase, me había cambiado. Hizo que descubriese una parte de mí que desconocía y que no veía el momento de volver a experimentar. Sin embargo, dado que estaba acompañado de un montón de personas, lo mejor era que no pensase en esa noche. No si quería seguir manteniendo la decencia. Si continuaba con esa línea de pensamientos, acabaría montando una tienda de campaña en mis pantalones.

Moví la cabeza hacia los lados para despejarla.

Podía ser que, cuando a Sarah se le había ocurrido invitar a su tío a la barbacoa como representación de su familia, yo hubiese insistido un poco —mucho— para que la idea arraigase y se hiciese real. ¿Quién podía culparme? Llevaba todo el santo verano pensando en él y, cada una de las veces que había estado a punto de verlo, los planes se cancelaban de forma repentina en el último momento.

Era lo bastante inteligente para saber que me estaba evitando. A pesar de que estaba cagado por la situación, ya que era el primer hombre que me había gustado en la vida, lo que él no sabía era que iba a hacer todo lo posible por volver a experimentarlo.

Mike tenía algo que hacía cantar a mi cuerpo.

Puede que fuese su forma segura y sexy de ser, lo protector que era o simplemente que estaba como un queso, pero la verdad era que estaba dispuesto a descubrirlo.

Me di cuenta demasiado tarde de que me había quedado mirando a Matt y Sarah con una sonrisa de idiota en la cara, distraído en mis propios pensamientos, mientras él saltaba para coger el disco volador y se lo tendía a ella antes de darle un beso de tornillo que hizo que se ruborizase.

Oh, no.

Sabía lo que iba a decir mi mejor amiga antes de que abriese la boca.

—¿Y qué tal estás con Macy? Parece que os lleváis muy bien —comentó con una sonrisa de esperanza.

Era tan evidente que quería liarnos que hasta los astronautas lo hubiesen visto desde la estación espacial sin necesidad de un telescopio.

Me comenzaron a temblar las canillas. No quería otra conversación sobre lo bien que estaríamos juntos.

—Sí, de maravilla. Precisamente ahora mismo estaba a punto de ir a buscarla —le dije, mirando a nuestro alrededor con la esperanza de que estuviese cerca y me salvase de la tortura que me esperaba de lo contrario.

Estaba cansado de la culpabilidad sin sentido de Sarah.

Me hubiese gustado decirle que me atraía su tío, pero no me sentía cómodo compartiéndolo con ella. Quizás, si más adelante descubría lo que significaba Mike para mí, lo hiciera, pero todavía no había llegado ese momento. Por ahora, me conformaba con esconderme detrás de Macy para que ni me hiciese preguntas ni se sintiese culpable por, según ella, haberme arrastrado a la otra punta del país. Lo que al parecer Sarah no comprendía era que había venido porque quería y que su presencia aquí no había sido lo único que me había empujado a hacerlo.

Seguí buscando con la mirada entre el gentío y, cuando di con la cabeza rubia de Macy, estuve a punto de gritar triunfal.

—Allí esta —dije, señalando hacia la parrilla.

Macy estaba justo al lado del padre de Matt, observando cómo este les daba la vuelta a unas hamburguesas mientras los dos hablaban animados.

—Está muy guapa hoy —comentó Sarah.

Me contuve por poco de lanzar un suspiro.

—Siempre está guapa —contesté, tragándome la risa que amenazó con salírseme de la boca.

No hablaba bien de mí que, dadas las circunstancias, me divirtiese alimentar su fantasía. Cuando se dieran cuenta de que teníamos menos atracción que dos imanes con la misma polaridad, me reiría durante días recordándoles estos pequeños momentos.

—Vete a por ella, niño bonito —me animó Matt, vacilón, dándome una palmada en la espalda.

—Ten cuidado, grandullón, que al final va a resultar que estás enamorado de mí —dije, lanzándole un beso al aire y alejándome de ellos.

—Sigue soñando, Harrington.

Continué caminando. No me molesté en girarme y enseñarle el dedo medio, me resultaba demasiado esfuerzo para darle lo que él quería.

Iba caminando hacia la zona de la parrilla, con una sonrisa divertida dibujada en la cara, cuando lo vi. Me gustaría decir que no me tropecé conmigo mismo como un idiota o que el eje de la Tierra no se inclinó justo en ese momento, pero lo cierto fue que las dos cosas sucedieron a la vez.

Mike estaba en medio del jardín, imponente, rezumando perfección por cada uno de los poros de su cuerpo, con su postura casual y segura, y yo apenas podía respirar.

Lo había anhelado durante tanto tiempo.

Y ahora por fin estaba aquí.

4

ES EL MEJOR AMIGO DE TU SOBRINA

MIKE

Antes de salir de casa, ya sabía que asistir a la barbacoa a la que me había invitado Sarah era una mala idea.

Sobre todo, porque era demasiado consciente de que el motivo de mi asistencia no era por complacer a mi sobrina. La quería. La quería mucho más que a nadie en el mundo y, si alguien me pidiese que me cortase un brazo por ella, le preguntaría si el izquierdo o el derecho, pero que hubiese terminado en esa casa no tenía nada que ver con ella. Mi motivación no era esa en absoluto, y me odiaba por ello.

Desde que me había levantado esa mañana y realizado toda mi rutina de desayuno ligero, carrera, segundo desayuno y preparación de la temporada de hockey —que empezaba en apenas un par de días—, la única cara que no podía dejar de ver en mi mente era la de Dan.

El muy joven, y mejor amigo de mi sobrina, Dan Harrington.

Por eso, en vez de encontrarme llamando a la puerta de la impresionante mansión de los Ashford, debería haber estado corriendo en dirección contraria, al igual que lo había hecho cada vez que había quedado con Sarah durante el verano y había descubierto que Dan estaría allí.

¿Qué era diferente en esa ocasión?

Bueno, entre otras cosas, que era un idiota integral; pero, dejando ese pequeño detalle al margen, puede que fuese la inevitabilidad de que en un par de días lo vería en la pista de hockey y realmente quería descubrir si era tan fuerte la atracción que sentía por él o, por el contrario, lo había exagerado en mi cabeza. Porque tenía que ser eso…, ¿verdad? Por favor, que fuese eso.

Antes de que pudiese salir corriendo de allí, una mujer de cara amable, que supuse que sería el ama de llaves, abrió la puerta y me indicó cómo llegar hasta el jardín cuando decliné su oferta de acompañarme.

Durante el trayecto, fui mirando a mi alrededor. El lugar era impresionante, enorme y decorado con mucho gusto. Podría haber sido la portada de cualquier revista de decoración. Era increíble. Siempre supe que los padres de Ashford tenían mucho dinero, pero, viendo la mansión en la que vivían, comprendí la magnitud. Me parecía inaudito que el chico fuese tan cabal y sencillo. Lo cual era bueno, sobre todo para él, porque si no, me hubiese visto en la obligación de matarlo por tener el valor de acercarse a mi sobrina.

Cuando llegué al jardín, busqué a Sarah entre la multitud, pero, por algún extraño motivo, mis ojos me traicionaron —o puede que fuese mi cerebro— y terminé encontrando a Dan en vez de a ella.

Caminaba en línea recta hacia donde yo me encontraba, mirando todo a su alrededor. Le vi tropezarse consigo mismo a la vez que mi estómago hacía una puta pirueta. Cuando nuestros ojos se cruzaron, sucedieron dos cosas a la vez. La primera: me di cuenta de que la atracción que recordaba y que me había parecido tan increíblemente fuerte en mi cabeza no era ni una milésima parte de lo que en realidad despertaba en mí. Y la segunda: la noche que pasamos en mi casa comenzó a reproducirse en mi cabeza con todo lujo de detalles. Algo que había luchado por evitar con todas mis fuerzas. Recordé sus ojos febriles observándome mientras lo acariciaba, sus labios entreabiertos, que había deseado besar con todas mis fuerzas.

¿Por qué me había dejado llevar ese día siendo tan insensato de olvidar que no podía darle lo que estaba pidiendo? ¿Por qué había tenido que venir a vivir aquí y terminar trabajando en mi equipo?

¿Por qué era tan idiota?

No tenía respuesta a ninguna de las preguntas y solo estaba seguro de una cosa: me esperaba una temporada muy dura. Porque si algo tenía absolutamente claro era que no iba a volver a sucumbir a mi atracción. No podía hacerlo. Iba a mantenerme firme y distante. Profesional.

Cuando sus ojos color miel se dilataron al mirarme, me esforcé por apartar la vista. Me repetí que era el mejor amigo de mi sobrina, que tenía catorce años menos que yo, que no tenía ninguna experiencia con los hombres. Como si fuera un mantra que me alejaría de cometer otro error.

Repetí esas palabras una y otra vez en mi cabeza. Solo de esa manera conseguí apartar la vista.

Me di la vuelta y me alejé buscando a Sarah entre el gentío.

Cómpralo ya en: