
PRÓLOGO
PARKER
Tengo que encontrarlo.
Mientras corro por el camino perfectamente asfaltado de la mansión de Connor, con el guarda de seguridad pisándome los talones, noto la sangre hirviendo en mis venas, el aliento contenido en algún punto de mi garganta y los ojos calientes y húmedos. Sé que el dolor que siento en los pulmones no es solo consecuencia de la carrera que me he pegado desde el instituto. No. Es la mezcla de mi rabia y decepción junto con mis esperanzas pulverizadas. Es que ya estoy paladeando el agrio futuro que me espera.
Su sabor amargo trepa hasta mi boca.
Sé de sobra que, si no saco toda esta ira de mi interior, voy a reventar. Necesito hacerle el mismo daño que él me ha causado a mí.
Me alegro de estar en forma y de que los gritos del guarda se oigan cada vez más lejanos. Gritos que dejo de escuchar de golpe cuando veo una silueta conocida de espaldas. Acelero un poco más —cosa que hubiera considerado imposible hasta este momento— y voy directo a por él. Su mera visión me termina de dar el chute de energía que necesitaba.
No sé si es el ruido de mis pisadas o mi respiración acelerada lo que alerta a Connor de que no está solo, pero la cuestión es que se da la vuelta a cámara lenta. Ese gesto tan desenfadado y pasota hace que me hierva la sangre más todavía.
Le da todo igual al muy cabrón.
No tiene ningún problema en la vida, subido a su pedestal de privilegios. Un pedestal por el que estoy seguro de que ni siquiera se siente agradecido.
Cuando nuestras miradas se cruzan, tarda unos segundos en procesar lo que está viendo. Lo entiendo, yo también alucinaría. Nunca había estado aquí antes. Nunca había querido hacerlo. Es importante que cada uno sepa el lugar al que pertenece, dónde encaja.
Tiene los ojos rodeados de una sombra grisácea, que hace que me reafirme en mi teoría de que anoche estuvo de fiesta. Fiesta que le ha impedido cumplir con la única obligación que tenía.
—Voy a romperte la cara —le grito, estando todavía a unos metros de él.
Connor no se inmuta, se limita a mirarme como si su interior estuviera vacío y mi furia no le afectase lo más mínimo. Como si no me tuviese miedo.
Está a punto de darse cuenta de que debería hacerlo.
Antes de plantarme frente a él, echo el brazo hacia atrás todo lo que puedo, imaginando que hago el tiro de mi vida sobre el campo, y luego descargo el puño con fuerza sobre su cara. Connor se tambalea unos pasos, pero no pierde el equilibrio. Es un buen defensa el muy descerebrado, fuerte como un roble. Es culpa suya que hayamos perdido hoy. Necesitábamos que estuviera en el puto césped.
Recordarlo hace que la sangre en mis venas vuelva a burbujear y me preparo para atacarlo de nuevo. Pero, antes de que pueda golpearlo, alguien me agarra los brazos y me los inmoviliza en la espalda. Sin embargo, nada puede detenerme. No ahora. No cuan- do necesito decirle que me ha jodido la vida, que contaba con él esta tarde.
—Eres un cabrón. Todo te importa una mierda. Cómo se nota que tú no necesitas una beca para ir a la universidad que quieres. No, tú no tienes ningún problema, niño rico. —Puedo escuchar el desprecio en mi voz, pero me da lo mismo. No me importa que nadie sepa lo mucho que odio al chico que me ha arruinado la oportunidad de tener una vida mejor para mí y para mi familia.
Es en este momento cuando Connor al fin se mueve, pero no tengo claro si me ha escuchado. Se lleva la mano a la comisura de la boca, palpa la sangre y luego se mira los dedos. Los observa en silencio, como si le costase procesar que está sangrando, que le acabo de dar un puñetazo. Levanta la vista de su mano y, cuando nuestros ojos se cruzan, veo que en los suyos se dibuja una absurda sensación de alivio.
¿Qué cojones le pasa a este tío?
Su reacción me sorprende tanto que dejo que el guarda me se- pare de él. Me hubiese encantado pegarle hasta que me doliesen las manos, hasta que me hubiera vaciado de rabia, pero no quiero hacerlo si eso implica ayudarlo de alguna retorcida manera.
¿Qué me estoy perdiendo?
No tengo ni tiempo ni ganas de pararme a analizarlo. Un montón de gente nos rodea ahora. En algún momento ha llegado la policía y los trabajadores de la mansión han salido para observar la pelea. Me dejo conducir sin oponer resistencia hacia la salida, aunque apenas escucho lo que me están diciendo. No me importa nada. Por lo menos, no en este momento.
Le lanzo una última mirada a Connor antes de permitir que un agente me meta en la parte trasera del coche patrulla y aparto la mirada de golpe de la enorme mansión.
Sé que no voy a volver a verlo en la vida.
Nuestros caminos se han separado para siempre. Eso es lo úni- co bueno que me ha sucedido en todo el día.
1
Hay un cuervo negro en cada familia. —Zazú
*PRESENTE*
CONNOR
No puedo dejar de mover la pierna.
Agradezco que la gala no sea en directo para no tener que estar
en un estudio, rodeado de gente. No sé si ahora mismo sería capaz de mantener el tipo, de mostrarme tranquilo.
La ilusión y la tensión sobrevuelan el ambiente. Hoy es mi día. Este es mi momento. Lo sé, lo noto. Lo siento muy dentro de mí. Es lo que llevaba esperando tanto tiempo.
Tiene que serlo.
Necesito demostrar que sirvo para algo, que me tomo la vida en serio. Que hay cosas que me importan. Cosas que se me dan bien y que no son solo un capricho de niño pijo, como todo el mundo —incluido mi padre— se ha encargado de recordarme siempre.
En el instante en que los malos pensamientos se cuelan en mi cabeza, los aparto. No es momento para torturarme. No ahora.
Paseo la mirada por la habitación mientras tarareo una melodía para relajar mi mente. Los acordes del estribillo de Hakuna Matata acuden a mi mente con rapidez, fruto de todas las veces que la he cantado, y me relajo un poco cuando funciona.
Primero miro a Riku, que come palomitas medio tirado en el sofá, como si estuviera tumbado en la arena de una playa paradisiaca y no a punto de descubrir si tantos años de esfuerzo han servido para algo. Pongo los ojos en blanco y me fijo en Emma. Mi agente me observa con la ceja levantada, un gesto muy de ella, y con una pegunta dibujada en la cara: «¿Qué te pasa?».
Lanzo un sonoro suspiro.
Que ella tenga la vida interior de una ameba no quiere decir que el resto de los mortales no nos alteremos. Me encuentro ro- deado de gente calmada. No los aguanto. No es posible que el líqui- do que corre por sus venas sea el mismo que lo hace por las mías. Estoy histérico.
Le hago un gesto con la mano y abro los ojos con incredulidad, como queriendo decir: «¿Qué me va a pasar? Que me matan los nervios».
Cualquiera en mi situación y en su sano juicio lo estaría. Esta noche voy a descubrir si tengo la posibilidad, de una vez, de de- mostrar que soy el mejor en lo que hago, que me tomo mi carrera en serio.
Aparto la mirada de Emma y la llevo al ordenador, colocado sobre el escritorio de mi sala de juegos, pero siguen con la publicidad. ¿Cuánto va a durar este infierno? ¿Cómo se pueden hacer tan largos cinco minutos?
Mi categoría es una de las intermedias, así que no me quiero ni imaginar cómo estarán los posibles candidatos de las últimas.
Mientras me vuelvo loco lentamente, busco refugio en la estantería desde donde mi maravillosa colección de figuras de El rey león me sonríen. Los tengo todos. Menos a Scar, por supuesto. Nadie quiere a Scar. Es un cabrón insensible al que no hemos perdonado.
Una musiquita devuelve mi atención al presente.
Mi mirada se ve atraída a la pantalla cuando comienzan a sonar los acordes de la sintonía del programa y la gala se reanuda. Trato de estar concentrado, pero soy incapaz de escuchar lo que dicen. Solo pillo unas pocas palabras por aquí y otras por allá, pero toda mi atención se focaliza cuando la presentadora anuncia que ha llegado el momento.
Antes de que enumeren los nombres de los candidatos, me aseguro de que mi madre sigue sentada sobre el brazo del sofá. Ahí está, con su cara desinteresada de siempre, como si pensase que no es más que otra de mis tonterías, pero no quisiera herir los sentImientos de su único hijo. Desvío la mirada rápidamente y sé que no puedo pedir nada más de ella. Esa es la máxima emoción que voy a sacar. Doy gracias a que esté aquí, con eso me vale.
—Y ahora, vamos a anunciar los candidatos de la categoría Lifestyle. —Si pensaba que estaba nervioso, no es nada comparado con cómo me siento en este momento. El estómago se me contrae en un nudo y la sangre me golpea furiosa contra los oídos, tan alto que apenas puedo escuchar lo que está diciendo la presentadora—. En tercer lugar, tenemos a nuestro querido Connor Young.
Cuando escucho mi nombre, todo a mi alrededor se paraliza. Está pasando.
—Connooooorrr —grita Riku, y se lanza a mi cuello. Le devuelvo el abrazo de forma incómoda, ya que está tumbado de medio lado sobre mis piernas y mi brazo derecho se ha quedado atrapado entre nuestros cuerpos—. ¡Lo sabía, tío, lo sabía! Eres el mejor y mis planos son la leche, me paso un huevo de horas editando vídeos y claro, tú tienes unas ideas de la hostia —comienza a hablar emocionado, juntando unas frases con otras sin respirar.
El teléfono, dentro de mi bolsillo, empieza a vibrar con las mi- les de notificaciones que me están llegando; innumerables felicitaciones, menciones y mensajes directos, tanto en Instagram como en TikTok. Sé que no habrá ninguna en mi teléfono personal, las únicas personas que lo tienen están aquí conmigo. Digamos que cuento con muchos conocidos, pero no con amigos reales.
—Enhorabuena, hijo —me felicita mi madre, sin mostrar ninguna emoción en el rostro. Si está feliz porque me hayan nomina- do, desde luego no se le nota.
—Gracias —le respondo, tragándome la decepción que me sube por la garganta. ¿Qué tengo que hacer para impresionar a esta mujer?
—Eres consciente de que tenemos que planificar una buena estrategia para ganar, ¿verdad? —me pregunta Emma, con una mirada dura y determinada. Nos ha costado mucho trabajo llegar hasta aquí y no quiere que lo desaprovechemos.
A pesar de que somos un grupo de personas, está claro de que cada uno piensa en sus propios asuntos, en su propio mundo. Cada uno va a lo suyo.
—Lo sé —respondo con voz inestable, y trago saliva.
De verdad que soy consciente de ello.
He conseguido lo que deseaba, pero es solo el principio. Por el momento, no tengo nada.
Soy incapaz de mostrar alegría porque estoy abrumado. Pensaba que, cuando saliese mi nombre, iba a sentir alivio. No podría haberme equivocado más: los nervios que reptaban por mi estómago han sido sustituidos por una bola de angustia, por una sensación de desasosiego. Ahora queda lo más importante.
Debo ganar.
Voy a hacer lo que sea necesario para lograrlo.
2
Detesto las adivinanzas. —Scar
PARKER
Coloco el café con leche vegetal sobre la barra y espero a que la chica me pague.
—¿Cuánto era? —me pregunta con una sonrisa enorme que alegra sus facciones.
—Dos con cincuenta —le repito, y trato de que la impaciencia que siento no se transmita en mi voz. Está siendo amable, pero su pedido lleva demasiado tiempo en marcha. Si no se da prisa en pagar, no voy a poder terminar la lista de tareas que tengo que realizar antes de que acabe mi turno.
La observo buscar en su cartera y me obligo a no hacer ningún sonido que delate lo intranquilo que estoy.
—Toma —me ofrece el dinero alargando el brazo para depositar las monedas en mi mano, en vez de sobre el mostrador.
Le doy el cambio y cojo la bandeja para limpiar las mesas vacías. Veo por el rabillo del ojo que tarda unos segundos en reaccionar cuando me alejo de la barra, pero no le doy mayor importancia. Tengo otras muchas cosas que hacer.
Miro el reloj mientras apilo tazas y platos y aprieto el ritmo de trabajo al ver que solo me queda media hora de turno.
—Esa chica estaba intentando ligar contigo, hermano —me suelta Nala cuando regreso a la barra con un montón de vajilla.
—¿No tendrías que estar escribiendo? —le pregunto de vuelta. Los dos sabemos jugar a decir cosas obvias que al otro le molestan.
—Eres un ser despreciable —me acusa, frunciendo los labios en un mohín que jamás reconoceré en alto que es adorable—. ¿Sabes lo difícil que es encontrar las palabras adecuadas para transmitir lo que tienes en la cabeza?
—Gracias por el cumplido —le respondo, y sigo a lo mío, haciendo caso omiso de su lamento. No importa lo mucho que se queje de escribir, siempre se esfuerza al máximo para lograrlo. Es una tía increíble.
Me relajo ligeramente al ver que vuelve a dirigir la atención a la pantalla, pero, justo cuando me he confiado, ataca de nuevo.
—¿Qué pega le pones a esa chica?
—Ninguna. Pero no tengo tiempo para una pareja ni la más mínima intención de salir con alguien.
—Eres un borde.
—Ponte a la cola, no eres la única que piensa eso. —Su ceño se frunce ante mis palabras y sé que le molestan. No debería hacerlo. A mí, que soy el interesado, me da igual lo que piensen.
—Sabes que si fueses agradable con la gente sería mucho más sencillo que te tolerasen, ¿verdad? —me pregunta, girando la cabeza para leerme. Por la forma en la que me observa, diría que realmente se está planteando si soy consciente de ello o no.
—Es muy duro asumir esto, pero soy menos tonto de lo que crees.
—Si tú lo dices… Deberías seguir mi consejo, probar a ser más agradable. No sé, quizás relacionarte con los demás. —Esboza una cálida sonrisa que llega a sus ojos y que me siento tentado a imitar. Sí, adoro a mi hermana.
Estoy acostumbrado a estar con Nala incluso desde antes de nacer. Ese tipo de intimidad es imposible de establecer con ningún otro ser humano. Quizás por eso no me gusta casi nadie más aparte de mi familia. Reflexiono acerca de ello mientras termino de cargar el lavavajillas con las tazas que he recogido de las mesas.
Sé que, con que fuese la mitad de simpático de lo que lo es Nala, la vida me iría mucho mejor. Es una lástima que no sea mi carácter y que me importe una mierda lo que los demás piensen de mí. O, por lo menos, lo ha hecho hasta el momento.
La verdad es que ahora, desde que he cambiado de universidad, me estoy replanteando muchas cosas.
Nunca antes había odiado ir a entrenar. Siempre he amado el fútbol más que a mi propia vida. Mi mayor deseo es poder jugar de forma profesional y asegurarle a mi familia un futuro acomodado, pero los gilipollas de mi nuevo equipo están haciendo que sea muy difícil. Son unos cabrones. Pensaba que, cuando me viesen jugar, cuando viesen todo lo que puedo aportar, dejarían a un lado si les caía bien o mal. Pensaba que se olvidarían de que el año pasado jugué en el equipo rival.
Pero no podía estar más equivocado. Putos niños pijos. No los aguanto.
—Puedo ver en tu cara que estás cabreado —dice Nala con un tono que deja entrever que estoy agotando su paciencia.
—Te equivocas.
—Hermano.
—Mis compañeros de equipo me tienen hasta las narices —estallo al fin. Odio que sea capaz de hacerme reconocer lo que siento. Comportarme como si no pasase nada sería mucho mejor.
—Lo sé. De hecho, es normal. Pero esta conversación me vuelve a llevar al primer punto: la gente te toleraría si fueses más agradable.
—La culpa la tienen ellos, joder —me quejo como si fuese un niño, lo que suena ridículo incluso para mis propios oídos.
—No voy a defenderlos, Parker, sabes que son unos idiotas; pero deberías ser tú el que diese el primer paso.
—Lo que debería hacer es soltarles un par de hostias para hacerles entrar en razón.
—Tienes demasiada mala leche, demasiada furia dentro de ti —me acusa—. ¿Por qué no pruebas a ser un poco más zen? A fluir con el universo. Podrías hacer yoga conmigo por las mañanas —ofrece.
—Estás de coña, ¿verdad, Nala? —le pregunto, pero sé antes de que me responda que lo está diciendo totalmente en serio.
—¿Qué es lo peor que podría pasarte?
—Que sea una pérdida total y absoluta de tiempo.
Resopla.
—Desde luego, con esa actitud, poco va a poder hacer por ti. No cura la estupidez.
Sonrío divertido ante su insulto y vuelvo a mi trabajo. No hay nada que pueda decir en mi defensa.
Cuando acaba mi turno, nos montamos en el coche y conduzco
hasta el estadio. Nala va cantando animada las canciones que salen de la radio, sentada en el asiento del copiloto, mientras deja fluir su imaginación. Dice que ir en coche es sin duda la actividad que más inspiración le da. La observo con cariño, sabiendo que si no la tuviese conmigo mi vida sería mucho más oscura. Nala es la luz que lo ilumina todo, la otra cara de la moneda que formamos juntos. Nala es la parte buena.
Cuando llegamos a nuestro destino, no me molesto en aparcar. Lo dejo en doble fila y me bajo. Mi hermana necesita el coche para ir a la biblioteca de su universidad. Recojo mis cosas de la par- te trasera mientras Nala salta por la consola central para llegar al asiento del conductor.
—No hace falta que vengas a por mí después del entrenamiento —le digo, echándome la mochila al hombro. No quiero que malgaste su tiempo cuando puedo ir andando.
Ella niega con la cabeza. Si le molesta el hecho de que solo po- damos permitirnos tener un coche, desde luego nunca lo ha dicho. No conozco a nadie más maravilloso que ella.
—Lo voy a hacer. Déjate cuidar, cabezota. No quiero que te des una paliza caminando después de estar horas en el entrenamiento.
—Eres imposible.
—Ya somos dos.
Beso su mejilla antes de lanzar un vistazo al reloj y veo que
vuelvo a llegar justo. Corro hacia el estadio.
3
¿Crees que aún estarán ahí sus cerebros?—Nala
CONNOR
Saco una foto del batido de fresa natural que tengo entre las manos y subo una historia a Instagram etiquetando a la cafetería del cam- pus, que me lo acaba de regalar. Sonrío cuando veo el teléfono del camarero escrito en el vaso.
—Si el pobre supiese que no lo vas a llamar —comenta Riku con gesto travieso, y sé que lo que viene a continuación va a ser una pulla—. Si en vez de dejarse cegar por tu belleza me hubiese dado el teléfono a mí, habría salido ganando.
—Entre tú y yo. Aunque lo llamase, ganaría más dándotelo a ti de cualquier forma. Todo el mundo sabe que eres mucho mejor —digo, guiñándole un ojo.
Riku se sonroja ante mi declaración y no es porque esté interesado en mí —nos conocemos desde hace muchos años como para saber que tenemos cero química—; lo hace porque, pese a su apariencia, es un chico muy tímido. Me da pena que la gente no vea más allá de su aspecto oscuro y rudo, con esa melena negra larga y un sinfín de tatuajes. Es una de las mejores personas que he conocido nunca. De hecho, es de las pocas que sabe más o menos todos los detalles de mi vida. El único al que le he permitido estar con- migo en los momentos más bajos. El único que ha querido estarlo.
—Por mucha palabrería que sueltes por esa boquita, no vas a hacer que me distraiga —me acusa, y lanzo un suspiro. No me apetece hablar—. Antes de que entrásemos a la cafetería, te he preguntado qué es lo que te pasa y no me has contestado.
—Anda, no fastidies. Lo mismo es porque no tengo ganas de charlar —le respondo usando todo el sarcasmo que soy capaz de manejar.
—No veo qué hay de malo en expresar los sentimientos, Connor. Además, en vez de estar de un humor tan extraño, debe- rías dar saltos de alegría por la nominación —dice.
Y, aunque trato con todas mis fuerzas de no reaccionar, no puedo evitar encogerme ante sus palabras.
Por supuesto, Riku no se pierde ese detalle. ¿Cómo iba a hacerlo cuando es tan observador? No por nada es el mejor cámara del mundo. Puede captar pequeños gestos y emociones que el resto de los simples mortales no percibiríamos ni aunque nos escupiesen en la cara.
—Oh —deja escapar a la vez que entrecierra los ojos, mirándome como un halcón lo haría con una suculenta presa, y yo aprieto el paso. Cuanto antes lleguemos al campo de fútbol, antes me lo quitaré de encima—. ¿No estás feliz con la nominación? —indaga.
—No es eso.
—Connor —me advierte en un tono tan implacable que sé que no me va a dejar en paz hasta que lo descubra. No me queda otra que ceder. Podemos estar así durante horas y, sinceramente, no me apetece perder el tiempo.
Prefiero ahorrarme el desgaste. Sobre todo en este momento en el que me supone un esfuerzo hasta pestañear.
—Tengo miedo de no ser suficiente —reconozco.
Y, muy a mi pesar —porque no quiero que el mundo funciones así, y mucho menos los sentimientos—, noto cómo se me quita un poco del peso que sentía sobre los hombros. Qué asco que ha- blar de emociones sea liberador. ¿A quién se le ocurrió semejante castigo?
Riku se para y yo maldigo. Me agarra las manos y me obliga a mirarlo.
—¿Crees que eres un psicólogo y que estamos en terapia? —le pregunto para evitar centrarme en el nudo que se ha formado en mi garganta. No voy a emocionarme por el gesto. No. Me niego a que eso ocurra.
—Eres la hostia, tío. Lo eres por mucho que tú no lo creas. Lo eres por mucho que no te lo hayan dicho mientras crecías. —Hago una mueca cuando esas palabras salen de su boca. Odio que me conozca tanto—. La gente que te sigue también lo sabe y estoy seguro de que vas a ganar.
—Eso díselo a Emma. No ha dejado de mandarme mensajes recordándome que se me tiene que ocurrir algo superinteresante y fresco para hacerme con el premio. Parece que no piensa igual que tú.
—Ya sabes cómo es, a veces se pasa de querer controlarlo todo. Con que seas tú mismo, vas a lograrlo. La gente te adora.
—¿Esa frase la has sacado de Mr. Wonderful? —le pregunto, poniendo cara de horror, pero la verdad es que sus palabras me enternecen. Ojalá confiara tanto en mí como lo hace Riku.
—Vale, quizás me he pasado un poco diciéndote que seas tú mismo —bromea. Pero el tono desenfadado no consigue quitarme la presión que siento en el pecho, la inseguridad.
Ambas cosas desaparecerían si tuviera un plan, algo que me hiciese destacar sobre los demás. Puede que en otras ocasiones no esté de acuerdo con Emma, pero en este caso sí. Mostrarme tal y como soy no va a funcionar. Lo sé porque hasta ahora no me ha llevado a nada, solo a quedarme a las puertas todo el rato.
Lo único que tengo claro ahora mismo es que quiero dejar de darle vueltas al asunto. Necesito desconectar.
—Vamos, no quiero llegar tarde y que hayan empezado el entrenamiento —le pido para que me deje en paz.
Y debe de ver que estoy afectado porque no insiste.
—De acuerdo. Vamos.
Sé que tengo mucha suerte con Riku, pero no es el momento
de pararme a analizarlo. No necesito que sea mi confidente, solo el mejor cámara del mundo. Y yo tengo que ser el mejor tiktoker de Lifestyle que haya existido nunca.
Caminamos en silencio hacia el campo y respiro aliviado cuando veo que todavía no han comenzado a entrenar. Me encanta que todo salga tal y como lo he planeado.
Me gusta hacer directos un par de días a la semana. Me siento muy cerca de mi gente. Hoy he pensado en enseñar cómo entrenan mis compañeros de universidad y, de paso, recordar viejos tiempos. Esta clase de directos siempre tienen muy buena acogida.
Dejo que Riku elija el sitio que considera que es mejor para grabar hoy y, mientras lo hace, aprovecho para ponerme al día con los mensajes privados y menciones que me han llegado en las úl- timas horas.
—Desde aquí se ve todo de lujo —me dice después de unos minutos—. ¿Estás preparado?
—Siempre —respondo, guiñándole un ojo.
Alarga la mano para que le dé el teléfono y, cuando se lo tiendo, lo coloca sobre el trípode, busca entre los iconos de la aplicación el del directo y levanta tres dedos.
—Tres, dos —comienza a decir—, uno. —En el último número no produce ningún sonido.
Cuando termina de contar y comienza a grabar, sonrío y toda la tensión que había sentido hasta el momento se evapora de mi sistema. Esto es lo que me gusta: estar con la gente, compartir mi visión del mundo con ellos. Lo amo. Siento que he nacido para esto.
—¡Buenas tardes! —saludo con alegría, y comienzo a divagar un poco mientras la gente se va uniendo.
Ahí es cuando comienza el espectáculo, es cuando estoy real- mente en mi salsa. El resto del día se me ha hecho bola y ha transcurrido superdespacio, pero, antes de que me dé cuenta, mientras les enseño unos nuevos ejercicios que he aprendido, comienzan a llegar mis antiguos compañeros de equipo.
—Aquí están los chicos —les digo señalándolos, y Riku los enfoca para que la gente los vea bien.
—Cooonnooor.
—Hola, tío.
—¿Qué pasa, colegas? —los saludo.
—Hola, Connor —me contesta Liam, antes de ir a la pista a calentar.
—Vente a jugar un poco —me propone Wyatt.
A sus peticiones se suman otro montón de voces desde las gradas que me incitan a que los acompañe.
—¿Qué decís, chicos? ¿Hago unos lanzamientos con ellos antes de que empiecen el entrenamiento? —pregunto a las más de diez mil personas que están viendo el directo en este momento.
Enseguida empiezan a aparecer comentarios para que lo haga. «Sí».
«Dale».
«¡Queremos verte!».
Lanzo un beso a la pantalla y salgo corriendo hacia el campo. Me encanta jugar al fútbol —sobre todo ahora que no es una obligación—, así que disfruto de lo lindo con los chicos. Lanzo unas cuantas pelotas y ayudo a derribar a Liam un par de veces entre risas y aplausos antes de que empiecen la sesión de este día.
Regreso junto a Riku ante las amables palabras del entrenador:
—Si no sales del campo, Young, te vas a ver en la obligación de jugar en el puto equipo en el que ya deberías estar haciéndolo.
Pillo la directa muy rápido.
—Ese tío te tiene unas ganas de la leche —comenta mi amigo riéndose.
Antes de que pueda abrir la boca para contestarle, en las gradas comienza a formarse un murmullo que desvía mi atención. Me doy la vuelta para ver qué sucede y, en el mismo momento en el que descubro quién acaba de acceder al campo, pongo los ojos en blanco.
Tendría que haber sabido que era él.
El odio y la curiosidad llegan a la vez, como siempre que anda cerca. Me da mucha rabia que despierte esos sentimientos en mí, ya que ambos son demasiado poderosos como para que pueda pasarlos por alto.
Lo observo caminar, al igual que el grupo de personas que está a mi espalda y que, antes de que llegase él, estaban pendientes de mí. Nadie podría perderse su paso firme, la prepotencia que emana de cada poro de su piel. La seguridad.
Es un idiota.
Un idiota presuntuoso que luce el uniforme del equipo mejor que nadie. ¿En qué momento al universo le pareció justo que el azul le sentase tan bien? ¿Por qué ha tenido que ser transferido justo este año?
No puedo preocuparme de que aparezca justo en este momento. No cuando tengo un concurso que ganar, un directo que atender.
Pero saberlo no evita que lo siga mirando.
Se lleva las manos a la cabeza para retirarse el pelo rebelde que se le ha soltado de la goma y que le acaricia la cara y mis ojos van a parar sin remedio a sus bíceps, que se abultan con el gesto. Está tan bueno que, incluso sabiendo lo imbécil que es, tengo que ordenar a mi cuerpo que no reaccione. ¿Cómo no va a ser uno de los mejores jugadores de la liga si es un gigante?
Llega tarde, pero no es difícil darse cuenta de que le da igual.
Camina hasta el centro del campo, se coloca frente a sus com- pañeros y se queda parado, observándolos con dureza, demostrando a todos que es un cabezón y que, aun estando en minoría, toda- vía no es capaz de tragarse su orgullo para ser admitido.
No lo soporto.
Quizás lo haría si no fuese tan presuntuoso, prepotente y clasista. Quizás su situación me daría pena y todo.
Sé que debo dejar de mirarlo. No me gusta la versión de mí mismo en la que me convierto cuando lo tengo cerca. Prefiero pasar de él, hacer como si no existiera y vivir en mi mundo de felicidad y buenas energías. Yo soy Timón y él es Scar. No somos personas compatibles y nunca lo seremos.
—Connor —me llama Riku, devolviéndome al presente y continúo con el directo.
PARKER
Cuando Wyatt lanza la pelota sobre mi cabeza y la pierde solo por no pasármela a mí, aprieto los dientes y camino hacia ella, en vez de ir corriendo a partirle la cara al muy gilipollas. Para que luego Nala diga que soy un borde y un bestia.
Hago respiraciones profundas por el camino y trato de ser una persona zen. Necesito fluir con el universo. Juro que intento seguir los consejos de mi hermana, aunque a ella no se lo reconozca. Sé que tiene parte de razón. Pero todo mi autocontrol y buenas intenciones se van a la mierda cuando una cabellera rubia, que reconocería en cualquier lugar, se cuela en mi campo de visión.
Connor Young.
No hay nadie en este mundo al que deteste más. Nadie que consiga despertar mis instintos asesinos en tan solo un instante como lo hace él.
Está claro que quienquiera que está a cargo del universo me odia, porque la pelota ha ido a parar a pocos metros de sus pies.
No me jodas.
Bajo el ritmo mientras pienso en la mejor forma de actuar. Acercarme tanto a él y que no terminemos discutiendo es tan imposible como que, de repente, los científicos anuncien que llevamos toda una vida equivocados y que ahora la Tierra en vez de redonda ha pasado a ser plana. Por lo que decido que lo mejor que puedo hacer es que me lance el balón para no tener que acercarme a él. Nuestras miradas se cruzan durante un instante. Me paro a unos metros y le hago un gesto con las manos para que me lo pase, pero, como el gilipollas que es, me ignora. Verbalizo mi petición porque don perfecto para absolutamente todo el jodido planeta nunca haría un desplante así delante de todo el mundo. No demostraría la sucia cucaracha que es.
—Pásame la pelota —me trago el apelativo con el que me nace llamarlo para no calentar el ambiente.
—¿Yo? —pregunta, señalándose a sí mismo durante unos segundos y fingiendo sorpresa.
Aprieto los dientes para que la retahíla de insultos que se agolpan en mi boca no consiga salir al exterior.
—Sí —respondo. Pero el monosílabo, más que una palabra, suena como un gruñido.
Comienzo a correr hacia él. Preferiría no hacerlo, pero tampoco tengo impedimento si eso significa volver al campo cuanto antes y mantener el menor contacto posible con él. Necesito entrenar para ser el mejor. No puedo perder el tiempo con tontos del culo.
—Pero soy tan poco de fiar que no sé cómo podría lanzártela bien —comenta con falsa voz de preocupación, poniendo en palabras la tensión que hay entre nosotros.
Ninguno de los dos ha olvidado los problemas.
Ninguno de los dos ha olvidado lo que sucedió aquella noche. Ninguno de los dos quiere hacerlo.
Me muerdo la lengua para no hablar. Para tranquilizarme. Para pasar por un chico contenido. Connor es demasiado popular en la universidad y en el equipo de fútbol como para que un enfrentamiento con él me beneficie de alguna manera. No, ya me odian demasiado.
Me trago mi orgullo por mucho que el ardor del odio queme mi garganta.
Cuando estoy lo suficientemente cerca de él, sus ojos verdes se posan sobre los míos, marrones, y, cuando se cerciora de que lo estoy mirando, echa el brazo para atrás, en un gesto tan perfecto que solo el mejor de los lanzadores lograría hacer, y lanza la pelota a la otra punta del campo. No tengo duda de que es así, a pesar de que no me molesto en comprobarlo. Sigo corriendo hasta él y lo golpeo con el pecho cuando llego a su altura. Connor no se inmuta. Me estaba provocando. Sabía cómo iba a reaccionar y, aun así, lo ha hecho.
Ahora merece mi furia.
Cuando nos chocamos, somos como dos camiones que colisionan en medio de una carretera. Ninguno de los dos gana. Tampoco ninguno retrocede. Me siento como si fuésemos dos ciervos midiéndose antes de luchar con sus cornamentas. Solo nos tambaleamos un poco antes de recobrar el equilibrio. Nos medimos con la mirada durante unos instantes, que se me hacen eternos, mientras lucho por agarrar el fino hilo de autocontrol que brilla en el centro de mi mente. Siento como si todas las personas sobre el campo contuviesen el aliento a la espera de nuestra reacción. Sé que se preguntan qué nos pasa, pero no es su problema. Es algo entre Connor y yo. Agacho la cabeza para poder chocar mi frente con la suya, ya que él es unos centímetros más bajo.
—Connor. —La voz de su amigo llega hasta mis oídos, pero no reaccionamos.
Seguimos fulminándonos con la mirada, amenazándonos con el cuerpo.
—Eh, tío. Vamos —vuelve a insistir. Ahora está mucho más cerca.
No nos inmutamos, pero tampoco avanzamos ya.
—Connor —repite su amigo, y esta vez lo agarra del brazo para alejarlo de mí.
Cuando aparta la mirada, la conexión se rompe y me siento dueño de mis impulsos de nuevo. Aprieto los dientes y me alejo corriendo en dirección contraria.
Necesito centrarme en el entrenamiento. Con suerte, ningún otro idiota volverá a jodérmelo.
CONNOR
Riku me agarra del brazo y vuelvo a la realidad. Sin los ojos de Parker clavados sobre mí, desbordando odio, me resulta mucho más fácil pensar. Doy unos cuantos pasos para colocarme donde estaba antes y, justo en este mismo momento, recuerdo que estaba en medio de un directo. Oh, no. No puede ser que mi audiencia haya visto el enfrentamiento. No.
¿Cómo se me ocurre comportarme así?
Juro que nunca nadie me ha sacado tanto de quicio como lo hace Parker. Nadie. Nunca.
Ver lo mucho que me odia de forma tan abierta consigue ponerme al límite.
El odio que le tengo ha hecho que me olvide de que estaba grabando.
Mierda. Esto es justo lo que no necesitaba.
Pongo una sonrisa delante de la cámara y actúo como si las diez mil personas que están conectadas no acabasen de presenciar mi casi pelea con Parker Taylor.
Solo soy capaz de mantener el tipo durante cinco minutos más antes de dar por finalizado el directo y rezar para que el encontronazo no tenga mayor repercusión que el sinfín de comentarios que han surgido después del espectáculo y que no era capaz de leer.
Estoy en problemas. Emma me va a matar.
4
Hasta los reyes sienten miedo, ¿eh? —Simba
PARKER
—No me dijiste que hoy había una fiesta en tu universidad —me acusa Nala justo cuando salgo de la ducha que todos compartimos en casa.
Sí, aquí no hay ningún tipo de privacidad. Es estupendo. Nótese la ironía en mis pensamientos.
Si le ha extrañado que al acabar el entrenamiento me haya largado del estadio sin pasar por el vestuario, desde luego no lo ha dicho. La verdad es que no sé muy bien en qué criterio se basa para tocarme las narices o no con un tema. Tampoco es como si fuese capaz de comprenderlo aunque me lo explicase.
—¿No tienes una universidad propia para asistir a sus fiestas? —le devuelvo por no enfrentarme a la realidad.
—Vaya, que no te han invitado.
No respondo. ¿Por qué iba a hacerlo cuando es jodidamente evidente? Lo odio. No es que quiera hacer amigos allí. Pero sí que me gustaría dejar de ser un apestado por haber jugado en el equipo que les arrebató el título el año pasado. En mi defensa diré que, si no hubiese llevado a mi anterior equipo a la cima, este año no sería un jugador becado en la mejor universidad del estado.
Fue un acto que no había calculado las consecuencias que ten- dría en mi nueva etapa.
—Tienes suerte de que a tu maravillosa hermana, mucho más simpática que tú, sí que la hayan invitado. —Recalca el sí con mu- cha efusividad y justo en ese momento me fijo en su atuendo.
Lleva un vestido de noche azul. No podría especificar el tono exacto que tiene ni aunque mi vida dependiese de ello, por mucho que Nala me lo haya repetido cada una de las veces que se lo ha puesto. Lo único que puedo decir es que le queda muy bien.
—No. —El monosílabo sale de mi boca antes de que ella ex- ponga lo que en realidad quiere.
—No te he dicho nada —se defiende, levantando las manos.
—Como si hiciera falta. Nos conocemos de toda la vida —respondo, cruzando el pasillo a toda leche. Si logro entrar en mi habitación, quizás pueda librarme de ella.
Salgo corriendo sin ningún tipo de vergüenza, como si todavía tuviésemos diez años. Alcanzo la puerta y, segundos antes de que pueda cantar victoria, mi hermana mete el pie en el hueco y me impide cerrarla.
Mierda.
—Parker —me llama, internándose en la privacidad inexistente de mi cuarto.
—Nala —digo, y no me pierdo el tono derrotado de mi voz.
—Vamos a ir. Tienes que hacer amigos. Si la gente te conoce, seguro que te acepta.
—Tengo que recordarte que esta tarde, en la cafetería, me has venido a decir que no sea yo mismo y que me muestre más amable. —No vas a conseguir librarte de mí por mucho que me lances ataques. Eres lo suficientemente mayor como para saber de lo que estoy hablando, Parker. Vamos a ir a la fiesta. Vale que hayamos aceptado que quieras ser el que cuide de la familia, que quieras ser jugador de fútbol profesional para agasajarnos con el dineral que cobrarás. Pero solo vas a ser joven una vez. Deja de ser tan estricto y disfruta un poco de la vida, anda. Me da vergüenza ser tu hermana de lo estirado que eres —insiste.
Y, a pesar de que no lo hace, noto que se queda con ganas de dar un pisotón en el suelo para reforzar su punto.
Reprimiéndose demuestra que es mucho más madura que yo.
Lo cual no pienso reconocer en alto jamás.
—No —respondo cabezón, y me acerco a la cama para lanzar- me sobre ella. No pienso ceder. Me voy a tumbar y ver una serie como que me llamo Parker Taylor.
—Está bien —cede, y su tono de voz y actitud hacen que desconfíe al instante. Se me eriza el vello de la nuca—. Creo que voy a bajar para preguntarle a mamá, a ver qué opina.
—Joder —maldigo en alto, y me quedo paralizado centímetros antes de que mi culo toque el colchón. No me esperaba que jugase tan sucio.
Los ojos de Nala brillan porque sabe que ha ganado esta batalla. ¿He dicho ya que odio tener hermanos?
CONNOR
Puede que poner el móvil en silencio haya sido la mejor decisión que he tomado en todo el día —sí, así de mal va la cosa—, teniendo en cuenta las dieciséis llamadas perdidas que tengo de mi agente, con la que no estoy preparado para hablar. Prefiero fingir que ese problema no está cerca de morderme el culo en cualquier momento. Me gusta vivir en mi propio mundo, uno en el que los problemas no llegan a alcanzarme nunca.
Después de echar una siesta, me siento como un rey. No me gusta mucho dormir durante el día, pero hoy era imprescindible si quería acudir a la primera fiesta del curso y no parecer un muerto viviente. También lo necesitaba para calmarme. Después del numerito en el campo de fútbol con Parker, lo tenía más que claro.
Me levanto de la cama y bajo a la cocina a prepararme un café. Es algo que este cuerpo no perdona nunca, sea la hora que sea. Desciendo las escaleras con calma. Cuando pongo un pie en la co- cina y me saluda el más absoluto silencio, sé que soy el único en la casa. Lo más probable es que mi madre se haya quedado trabajan- do hasta tarde en la empresa, o que tenga alguna cena de trabajo para variar. Tampoco es como si pudiera saberlo. No suele darme explicaciones de ningún tipo, por aquello de que ya soy mayor y esas cosas.
Pues vale. Genial.
Estoy más que acostumbrado a estar solo y no me importa. Enciendo la cafetera y, mientras se pone en marcha, saco el teléfono del bolsillo. Me hago una fotografía poniendo mi cara más traviesa y subo la historia con una cajita de preguntas: «¿A dónde crees que voy esta noche?». Me apetece mucho hablar con mi gente, ellos siempre consiguen que mi corazón se caliente.
Guardo el teléfono de nuevo, me termino de preparar el café y, cuando lo tengo listo, vuelvo a mi habitación para darme una ducha. No puedo ir a la fiesta de cualquier manera.
Riku pasa a recogerme a las nueve y vamos en su coche. Aprovecho el viaje para seguir contestando a todas las personas que me han dejado comentarios en Instagram. Me río un montón mientras lo hago y le enseño los mejores a Riku.
Aparcamos con facilidad, ya que Oliver nos ha guardado un sitio en su garaje. Choco los cinco con él y, tras unos golpes en la espalda, accedemos a la fiesta por la puerta de la cocina.
En ese momento empieza mi trabajo.
Río, bailo, saludo, bromeo, y todo sin apenas tener tiempo para respirar.
Estoy un rato con los chicos del equipo. Wyatt me pilla por banda y me cuenta que Liam y él van a ir el fin de semana a esquiar después del partido y me libro por los pelos de tener que acompañarlos. Me apetece estar tranquilo un par de días. Además, he quedado con Riku en que este domingo vamos a dejar grabado un montón de contenido.
Cuando no aguanto ni un minuto más entre el gentío, después de hacerme las fotos de rigor para poder subir a las historias, voy al jardín a tomar el aire. Puede que algunas personas llamen a eso huir, pero a mí me gusta más pensar que lo que estoy haciendo es cargar pilas para volver con más energía. Está claro que en esta vida el que no se consuela es porque no quiere.
Abro la puerta corredera y, cuando estoy a punto de meter en mis pulmones una maravillosa y reparadora bocanada de aire fresco, capto por el rabillo del ojo a una persona sentada. Mi mirada se ve atraída sin remedio hacia la figura.
Fantástico.
Ahí, sentado en la semioscuridad, está mi mayor fan de todos los tiempos.
Parker Taylor.
La noche no hace más que mejorar por momentos.
PARKER
—¿Ves? Es solo una estúpida fiesta de universidad más, no se diferencia en nada de las que hay en la tuya —le digo a Nala en el mismo momento en el que ponemos un pie en la casa, mucho antes de que pueda saber si mis palabras son ciertas o no. Sé que me estoy comportando como un imbécil, pero es que no quiero estar aquí.
Va a ser la leche de incómodo.
Sigo a mi hermana mientras saluda a todo el mundo como si los conociera y la gente, debido a su confianza, simpatía o preciosa cara, le devuelve el gesto con una enorme sonrisa. Su actitud despierta en mí emociones contradictorias: no sé si sentir admiración o vergüenza. ¿De verdad hemos crecido a la vez en el mismo vientre? Porque me da la sensación de que ella se ha quedado con todo lo bueno y a mí me ha dejado unas cualidades francamente cuestionables.
La gente reacciona a mí de manera diferente, puede que porque me conozcan. Algunas personas muestran interés —aunque no precisamente para hablar conmigo— y otras, un tipo de odio injustificado. O, al menos, esa es la impresión que me da.
Observo a todo el mundo y no veo nada interesante. Como ya sabía antes de venir, acudir a la fiesta no es más que una pérdida absoluta de tiempo. Después de unos minutos, veo que Nala se acerca a una chica y la abraza. Imagino que ella es la culpable de que estemos hoy aquí. Cuando mi hermana me llama con la mano para presentármela, planto una sonrisa en mi cara y me acerco. Tras unos saludos corteses, consigo deshacerme de las dos y me doy una vuelta para ver si encuentro algo de beber. Sin alcohol, por supuesto; tengo que cuidar mi cuerpo, que es mi vehículo para lograr el éxito en mi carrera. Luego, busco un lugar apartado de la gente.
Me coloco de manera estratégica en una esquina, de forma que yo veo toda la sala, pero mi figura queda envuelta por las sombras y medio oculta por un desmesurado jarrón. Tan bien situado, no tardo nada en localizar a mis compañeros de equipo. Están sentados en un par de sofás muy cerca de la pista de baile. Los estudio. Quizás, si analizo su comportamiento, pueda descubrir algo que me ayude a ganármelos. Pero no tienen nada interesante; no son más que unos niñatos demasiado engreídos para lo poco que aportan al mundo. Se ríen y beben mientras señalan la pista donde Wyatt y Liam están bailando junto con una chica morena. Bueno, más que bailar lo que están haciendo es frotarla entre ellos. Giro la cabeza para tratar de darle sentido a lo que veo y, no por primera vez, me pregunto qué clase de relación tienen esos dos. Si alguien me hubiese preguntado hace unas semanas, les habría dicho que eran pareja, pero ahora, tras estar con ellos en diferentes ocasiones, no lo tengo nada claro. Van juntos a todas partes, incluso más que Nala y yo, que literalmente hemos crecido en el mismo vientre, y sé que no están emparentados porque no tienen el mismo apellido. Así que, si no son pareja y bailan con una morena los dos a la vez, ¿qué es lo que son?
La verdad es que no tengo ni idea, y tampoco me importa tanto como para investigarlo. No quiero hacerme su amigo, solo que entiendan que estamos en el mismo equipo y que tenemos que colaborar o no vamos a ganar un solo partido. Y no puedo permitir eso.
Muy pronto, pierdo el interés en ellos.
Después de media hora —lo sé porque no dejo de mirar todo el rato el puto reloj, ya que el tiempo se ha empeñado en no transcurrir—, me quedo a medio trago de mi refresco de cola cuando veo a la última persona que me apetece en el mundo.
Si hubiera pensado por un momento que cambiarme a la universidad de mis sueños provocaría que viese una y otra vez a Connor, juro que me lo habría pensado. No puedo con el muy gilipollas.
Trato de no hacerlo, pero mis ojos no dejan de posarse sobre él mientras se pavonea por toda la casa. Odio su manera altiva y arrogante de comportarse. Odio la sonrisa enorme y falsa que dedica a todo el mundo con el que se cruza y que, sorprendentemente, parece hacerlos felices. Se tragan su actuación.
Es increíble.
¿Por qué la gente no puede ver que es un chulo que se cree superior a los demás con su preciosa cara y su abundante cuenta corriente? ¿Qué clase de hechizo ha lanzado sobre toda la jodida humanidad?
Juro que me esfuerzo sobremanera para no obsesionarme con su presencia; sé que no puede salir nada bueno de esa actitud. Pero, teniendo en cuenta que las únicas personas que se acercan a mí lo hacen para ligar, muy pronto me quedo sin opciones y acabo sentado en una silla en la terraza.
Lejos de todo el mundo.
Así que, poco después, cuando lo veo salir e invadir mi momento de privacidad, estallo.
No había otra posibilidad.
Si pago mi frustración con Connor, es algo que a nadie le importa. No es un bendito, está a años luz de serlo. No voy a sentirme mal por ello.
Nuestras miradas se cruzan y abro la boca antes de que lo que voy a decir pase por el filtro de mi cerebro.
—Lárgate de aquí. Vuelve dentro a que te sigan lamiendo el culo —suelto con dureza.
Connor no se inmuta ante mis duras palabras. De hecho, parecen animarlo, a juzgar por la llama que brilla en sus ojos.
—Cómo sabes lo que me gusta. Nunca le digo que no a una buena comida de culo. —Por la forma en la que tuerce su sonrisa, sé que está tratando de asustarme. Ni que me importase que sea gay. Lo único que me importa es que es un gilipollas, uno al que le tengo muchas ganas.
—Un puñetazo no fue suficiente para aliviarme. Estás jugando con fuego —le advierto. Luego me levanto y doy un paso hacia él.
—¿A eso le llamas tú pegar un puñetazo? —me reta, y joder si no caigo como un tonto.
Antes de darme cuenta, estamos pecho contra pecho.
Midiéndonos.
Como cada vez que nos encontramos.
—Te vas a tragar tus palabras, niño rico. Destroza sueños. Jode vidas.
—Cómo sabes lo que me gusta —repite, y me pongo furioso. Pese a la tensión que nos rodea, pese a que está a segundos de saborear mi puño, se la suda.
—No te tomas nada en serio —escupo con ira. No tengo ni idea de cómo consigue ponerme siempre al límite, cómo consigue sacar lo peor de mí.
Solo sé que quiero que se mantenga alejado. No es mucho pedir.
Cuando esa frase sale de mi boca, Connor se pone lívido y deja de pelear conmigo al instante. Noto cómo la lucha y la guasa abandonan su cuerpo. Lo veo darse la vuelta y meterse de nuevo por la terraza. Lo sigo con la mirada, sorprendido por su extraña reacción, y lo observo perderse entre la gente. Dudo durante unos segundos, sintiendo que quizás debería hacer algo, pero no es mi problema. De hecho, si de alguna manera he tocado un punto débil, me alegro.
Que le den a Connor Young. Espero que nuestros caminos dejen de cruzarse de una vez.
CONNOR
La frase de Parker es un catalizador para mis recuerdos. Para un momento concreto que no quiero revivir nunca.
«No te tomas nada en serio».
Son las mismas palabras que dijo él.
Esa frase abre una grieta en la coraza que llevo puesta cada día y todo lo que tengo dentro sale al exterior.
Y mi interior no es precisamente bonito de ver.
Es un lugar oscuro y lleno de dolor. Un lugar desde el que a duras penas sé regresar cuando me sumerjo.
No sé cómo he podido aguantar hasta llegar cerca de casa para reventar. Cómo he conseguido pausar este sentimiento de ahogo que me aprieta el pecho y la garganta y que me impide respirar.
Ni siquiera sé cómo he llegado hasta aquí.
Solo recuerdo que, cuando Riku me ha dejado en la puerta de mi casa, he sido incapaz de entrar. Necesitaba huir, alejarme todo lo posible. Correr más rápido que mi dolor y mis recuerdos. Necesitaba parar la angustia que me cerraba la garganta. Este sentimiento de soledad. De que, por más que me esfuerzo, nadie me ve.
De que no valgo para nada.
Y hago lo mismo de siempre: huir hacia delante. Lo único que he hecho toda la vida. Lo único que sé hacer.
Llego hasta el bosque y comienzo a subir. Arriba, arriba. Sin permitirme pensar, sin permitirme sentir. Cuando llego a la cima, me dejo caer de rodillas y, antes de que me dé cuenta, hay lágrimas recorriendo mis mejillas. Lágrimas que, en vez de hacer que me sienta liberado, solo consiguen ahogarme más.
Soy incapaz de conseguir que alguien me tome en serio. Soy incapaz de lograr que alguien me quiera. Si ni mis padres han podido hacerlo nunca por lo que soy, ¿por qué iba a esperarlo de otras personas?
Me siento tan solo en el mundo que ni siquiera me atrevo a compartir mi dolor con nadie. Nadie me conoce.
Sin darme cuenta, me he abrazado a mí mismo para que los pedazos que quedan en pie no se caigan y se desparramen, pero las manos me tiemblan tanto que sé que no van a aguantarme durante mucho más tiempo.
Y entonces caigo hacia delante.
Coloco las palmas sobre la tierra húmeda y fría, tratando de mantenerme en el presente, de agarrarme a algo real que me impida pensar en el pasado, pero mi pésimo intento no sirve de nada. Mi mente viaja hasta allí, hasta la discusión que tuve con mi padre. La última antes de que el destino decidiese que no habría ninguna más.
El dolor de la pérdida es insoportable. El dolor de que, aunque quisiera, no podría arreglar todo lo que me dijo, todo lo que yo le dije a él. El dolor de saber que, aunque demostrase que sí que me tomo en serio ser tiktoker, aunque gane el premio, él nunca lo sabrá. No le importará a nadie. La barrera que sigue separándome de todo el mundo, como si no fuese capaz de establecer una relación profunda, como si la gente no pudiese verme, seguirá ahí. No puedo evitar sentirme insignificante.
Después de minutos u horas allí tirado, viendo las luces de la ciudad a lo lejos, consigo calmarme lo suficiente como para empezar a odiarme.
Me odio a mí mismo por ser tan sensible, por dejar que las cosas me afecten tanto. Lo detesto.
Soy un inmaduro atrapado en el pasado. Lo sé, pero no puedo hacer nada para cambiarlo. No tengo la fuerza suficiente.
Tararear la canción de El rey león es lo único que consigue calmarme ahora mismo.
Solo quiero poder superar esto de una vez.
Solo quiero poder olvidarlo.
Si fuese valioso para una sola persona en el mundo, todo sería mucho más fácil.
Pero la verdad es que no lo soy.
Cuando llego a casa, como siempre, me recibe el más absoluto silencio. La más absoluta soledad. La indiferencia. Y, por unos minutos, me permito sentir pena de mí mismo. Solo por hoy. Mañana será otro día. Uno nuevo en el que conseguiré volver a rellenar el vacío de mi corazón con el amor de mis seguidores.
El único amor verdadero que tengo en el mundo.
5
Quizás te convendría ensayar un poco ese rugidito. —Scar
CONNOR
Esto se me ha ido de las manos.
No me avergüenza reconocer que me paso toda la mañana en la universidad, evitando estar en espacios abiertos para que Emma no sea capaz de atraparme. A mi forma de comportarse debería llamársele supervivencia en vez de cobardía. O, por lo menos, así es como trato de pensar cada vez que siento que estoy huyendo. Sé que no puedo esquivarla toda la vida —para mi desgracia—, pero voy a intentar pasar el mayor tiempo posible viviendo en mi mundo de paz, donde ella no quiere matarme por armar semejante revuelo a los pocos días de que me nominen al premio por el que llevamos trabajando meses. Mis seguidores no hablan de otra cosa.
—¡Mierda! —exclamo, seguido de un ruido lastimero. Me alegro de que no haya nadie que me pueda escuchar dentro del armario de la limpieza de la facultad de Comunicaciones, en el que puede que esté tomando mi almuerzo.
Por supuesto que voy a subir una foto de mi obra de arte gastronómica, que he preparado a horas intempestivas para no encontrarme con Emma en casa; solo que voy a hacer el encuadre de forma que no sea vean las múltiples escobas que me acompañan en este glorioso momento.
No veo ningún fallo en mi comportamiento.
Abro el táper de cristal y lo coloco sobre una de las encimeras donde se ordenan los productos de limpieza. Lo giro hacia la derecha, para que la luz haga parecer mi comida todavía más apetecible.
Estoy a punto de abrir Instagram para subir la foto cuando me llega un mensaje de Riku.
Lo siento. Te juro que he tenido que confesar. ¡Quería tirar mi cámara por la ventana!
¿¿??
Antes de que pueda procesar lo que significan sus palabras, la puerta del cuarto de la limpieza se abre.
Genial.
La figura de Emma me saluda desde el umbral y, aunque no puedo verle bien la cara con el chorro de luz que entra desde el pasillo, no me hace falta hacerlo para saber que está cabreada. El teléfono vibra en mi mano y sé que es Riku siguiendo la conversación, pero en este momento, por razones más que obvias, no puedo atenderle. Bloqueo la pantalla y, con toda la dignidad que soy capaz de reunir —teniendo en cuenta que estoy escondido en un puñetero sitio que es poco más grande que un armario, precisamente de ella—, me siento sobre una caja y agarro el táper con la mano como si mi situación fuese de lo más normal y viniese todos los días a comer aquí.
—Buenas tardes —la saludo, aguantando el tipo a duras penas.
—Precioso sitio —dice, antes de cerrar la puerta a su espalda. Entra y, tras un breve silencio, vuelve a hablar.
—¿Has visto la reacción de la gente a tu encontronazo de ayer con Parker Taylor? —pregunta.
Como siempre, directa al grano. No me sorprende que sepa el nombre y apellido de Parker. Como mánager, siempre investiga cada cosa hasta el más mínimo detalle. Por eso es tan buena. Pero estoy seguro de que en este caso no tiene ni idea de por qué él me odia tanto.
—Sí —respondo escuetamente, y me meto una cucharada gigante de ensalada de quinoa en la boca para no tener que decir nada más.
—Bien. Pues ya sabes lo que hay que hacer.
Su afirmación me pilla por sorpresa y mastico rápido para poder tragar.
—Eh… Pues no.
Se lleva la mano a la frente y, aunque no lo verbaliza, sé lo que está pensando: «Señor, dame paciencia». No sería la primera vez que la oigo decir algo así.
—Connor. Tienes que aprovechar el tirón y liarte con ese chico.
—¡¿Qué?! —No tengo muy claro si lo grito o lo pregunto, pero para cuando me quiero dar cuenta estoy de pie y el táper se vuelca en el suelo, llenándolo todo, zapatillas incluidas, con los pequeños granos de quinoa.
—¿Qué no entiendes?
—Nada de lo que dices. ¿Por qué quieres que me líe con él?
—Porque es lo que la gente está deseando —afirma como si su razonamiento fuese impepinable—. ¿Es que no has leído los comentarios?
—Por encima —reconozco. A veces, no es ni sencillo ni agradable saber lo que los demás piensan de uno.
—Pues la cosa está clara. La tensión que hay entre vosotros ha enamorado a miles de personas. No se habla de otra cosa. Hacéis muy buena pareja.
—¿Buena pareja?
—Sí.
—Estábamos a punto de zurrarnos.
—Eso lo hace más jugoso todavía.
—Pero…
—Pero nada, Connor. Es mucho mejor de lo que podíamos haber soñado con conseguir. Un romance así va a disparar el interés en ti. Tenemos que organizarlo de manera que la gente se mantenga pegada al teléfono para verlo evolucionar. Dosificarlo, prepararlo.
—Solo para asegurarme: ¿entiendes que ese hombre me odia?
—Lo que quiere decir que tú no lo odias a él.
—Sí —emito un grito indignado que no parece convencer nada a Emma—. No lo soporto. Es un imbécil arrogante que se cree mejor que nadie.
—Ese imbécil arrogante es la llave para que tú consigas lo que necesitas. ¿No quieres ganar el premio? —me pregunta, con las cejas levantadas.
Maldigo.
—Eso es jugar sucio —le recrimino.
—¿Es que no estás dispuesto a hacer cualquier cosa?
—Desde luego, no nada que vulnere mis principios.
—Anda, no tenía ni idea de que relacionarte con un deportista sexy fuese en contra de tus principios. De hecho, juraría que te he visto hacerlo más de una vez.
—Ya sabes a lo que me refiero. No nos soportamos.
—La gente quiere veros juntos. ¿Sabes cómo se han incrementado tus estadísticas desde vuestro encontronazo de ayer?
—No voy a liarme con él.
—Vale —accede. Y me quedo a cuadros, ¿por qué me está torturando entonces?—. No te líes con él, solo fingidlo.
—¡¿Qué?! —grito-pregunto de nuevo como si fuese un disco rayado.
—Pues eso, que lleguéis a un acuerdo para que parezca que sois una pareja. Me da lo mismo que vuestra relación sea real o no mientras que podamos hacer un espectáculo de ello.
—Parker no va a acceder a eso.
—¿Por qué? —me pregunta. Y por su tono de voz sé que no le queda mucha más paciencia.
—Porque ni siquiera me va a escuchar. Porque no hay nada que él gane a cambio. ¿Qué le voy a ofrecer? —Mi voz suena desesperada. Menudo marrón que me está echando Emma en la espalda.
—¿Quieres ganar? —responde con una pregunta propia.
—Sí, claro.
—Pues dale al cerebro. Todos queremos algo en esta vida. Encuentra lo que Parker anhele y que solo tú puedas darle.
Si tras escuchar las palabras de Emma mis pensamientos invocan una imagen de nosotros dos en el estadio de fútbol y yo arrodillado a sus pies a punto de darle placer, es solo porque llevo demasiado tiempo sin acostarme con nadie. No porque lo desee.
Para nada. Odio a Parker casi tanto como él me odia a mí.
Muevo la cabeza hacia los lados para desprenderme de la imagen y me esfuerzo por pensar. Pronto llego a la conclusión de que no hay nada que pueda ofrecerle que le interese.
Aunque intento evitarlo lo mejor que puedo, esa afirmación me persigue durante todo el día. Es como si, a pesar de haberme negado, mi cerebro estuviese trabajando en segundo plano para ofrecerme una respuesta a ese imposible dilema. Sin embargo, sé que es en vano.
No hay nada de mí que él quiera. Nada que necesite.